Santa María Reina.

El Papa Pío XII instituyó esta fiesta en 1955 para venerar a María como Reina. Es la Reina Gloriosa del Cielo y de la Tierra a la que podemos invocar día y noche. Todos los ángeles y los santos le saludan en el Cielo alegremente con el nombre de Reina.

El aburrimiento

En su diario íntimo anota Baudelaire uno de los días: «Hay que trabajar, si no por gusto, por desesperación. Ya que, en resumidas cuentas, el trabajo es menos aburrido que el placer.» Es curioso, pero a algunos les pasa esto.

Para muchos, los días de descanso son días extraordinarios de los que esperan la solución para quitarse el aburrimiento. Pero luego ocurre que durante los días libres también se aburren. Es que el problema no está en las cosas que se hacen, sino en nosotros. El corazón gris y aburrido lleva su niebla y aburrimiento consigo.

Muchos días tienen una fisonomía gris, sin aliciente humano, son días rutinarios, con un trabajo mecánico y monótono, días un poco «pluf». Casi todo lo que tenemos que hacer tiene un elemento concreto que disgusta, por eso mismo ese trabajo se retrasa o se hace con prisa y sin interés. Hacer siempre lo mismo aburre. Y el aburrimiento trae tentaciones de cualquier tipo.

Somos tontos cuando esperamos que nos llegue la felicidad con lo extraordinario, dentro de nuevas experiencias. Lo extraordinario solamente distrae, hasta que nos acostumbramos también y entonces nos cansa. Somos tontos cuando despreciamos los días entre semana como el rollo que hay que sufrir, y sólo nos ilusionamos con que llegue el fin de semana con sus novedades; somos tontos cuando despreciamos las mañanas porque sólo nos ilusiona la noche; somos tontos cuando despreciamos el tiempo que estamos con los de nuestra casa porque sólo nos ilusionamos con el tiempo que estamos fuera de casa con los amigos. ¡Somos tontos cuando despreciamos tantas cosas formidables! Es como declarar tiempo no apto para la felicidad a tres cuartas partes de la vida.

El problema no está entre lo ordinario y lo extraordinario, sino entre el amor o la falta de amor. Amar lo ordinario es convertirlo en extraordinario. El amor estrena cada día, lo llena de belleza y vitalidad.

La santidad está en lo ordinario, y al pecado se le combate en lo ordinario ofreciendo con amor a Dios lo que se realiza. De este modo se trasciende la realidad cotidiana. Esa cruz negra y oscura se convierte en la cruz salvadora. Las tareas dejan de ser un castigo para convertirse en una bendición que nos da ocasión de tantas cosas buenas, de adquirir virtudes, de servir.

El amor es lo más grande, es lo que mueve a Dios a crearnos. Y a los hombres el amor nos hace felices con lo que hacemos. Entonces no hace falta buscar otras realidades que nos despisten del camino.

Dios mío, quiero ser feliz con todo lo que hago, todos los días. Que valore lo normal, lo ordinario, lo de todos los días. Que ponga el corazón en todo lo que hago, aunque sea lo de siempre. Así amaré, y el aburrimiento no asomará el hocico en mis días. Qué bien cuando tengo que trabajar en algo, qué bien cuando puedo hacer algo que me descansa, qué bien cuando tengo que hacer eso en el horario… Con todo disfrutaré, Señor, porque todo lo hago con interés y con cariño.

Puedes comentar con Él si te aburres, cuándo y por qué: ojalá te haga ver la relación entre el aburrimiento y el estar metido en ti, porque el aburrido tiene el corazón enfermo de egoísmo.

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