Santa Margarita de Escocia, Reina. 1045-1093.

Nacida en Hungría y casada con Malcolm III, rey de Escocia, que dio a luz ocho hijos, fue sumamente solícita por el bien del reino y de la Iglesia.

No es un agujero negro

Escribe Pilar Urbano: «Para el cristiano, la vida no es un extraño paréntesis entre la nada y la nada. Y la muerte no es un hachazo inexorable que malogre el vivir. Para el cristiano… la vida no se pierde, se transforma. No hay un sentimiento trágico de la muerte, por lo mismo que no hay un sentimiento trágico de la vida.

»¿Qué es lo que da temple a un cristiano? ¿Qué es lo que enrecia su encarnadura para soportar las tallas, las muescas y los trallazos del vivir? ¿Qué es lo que, a fin de cuentas, le distingue de los demás hombres? Sin ninguna duda: la esperanza.

»El cristiano es un hombre fiado a su esperanza. Todos los auténticos bienes —los bienes sin código de barras ni fechas de caducidad— los tiene al otro lado de la vida. Y hacia allá se encamina. En definitiva, pues, un cristiano es un hombre que acude a una cita. Y su vivir es un “vivir preparándose” para esa estación terminal. (…)

»El más ignorante y pobre y desvalido de los cristianos puede pisar fuerte, con la gallardía de quien tiene una respuesta imbatible para el gran enigma, para el gran agujero negro sin retorno. Una respuesta para el gran misterio de la muerte. Ésta: la muerte no es algo que ocurre, es alguien que llega.»

La muerte no es nunca consecuencia de la mala suerte, de un imprevisto, o por culpa de… Los que conocemos a nuestro Padre Dios sabemos que la muerte nos llega a cada uno del modo y en el momento sabido por quien nos llama.

Se parece más a una llamada al timbre de la puerta de casa, para que salgas porque te espera alguien que te quiere un montón; se parece más a eso que al asalto de unos ladrones o a un rayo que cae y fulmina la existencia, o a un agujero negro en el que uno desaparece.

Como solo vemos una parte del hecho —que uno muere— podemos olvidar que la muerte es alguien que llega. Jesucristo siempre lo dijo, pero no acabamos de enterarnos: «Velad, pues, pues no sabéis cuándo el señor de la casa viene, o al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer, no sea que, viniendo de repente, os encuentre durmiendo” (Marcos 13, 35-36). Ahí está la cuestión: cuándo llega el señor de la casa. En otra ocasión es todavía más explícito: «También vosotros, estad preparados porque en la hora que no pensáis el Hijo del hombre viene» (Lucas 12, 40). Es el Hijo, Jesús, quien viene, quien llega. Mi muerte es la llegada de Jesús, de mi Jesús. Quiere que ya vivamos extraordinariamente unidos, sin estas separaciones que sufríamos ya durante demasiado tiempo, siempre con el velo de los sentidos.

Jesús dice: «Estad preparados porque no sabéis el día ni la hora.» Eso es importante: estar siempre preparado, tratar y amar a ese que un día llamará a nuestra puerta. Por eso decía santo Tomás que no entendía cómo algunos cristianos podían acostarse habiendo cometido un pecado mortal y sin confesarse.

Señor, que esté siempre preparado. ¿Lo estoy ahora? ¿y habitualmente? Quiero que, cuando quieras llamarme a la puerta, yo pueda salir con todo a punto. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Comenta con Jesús cómo reaccionas ante la muerte de seres cercanos, y si te domina la esperanza o la tristeza. ¿Tienes miedo a la muerte? Pídele tener visión cristiana de la vida y de la muerte, para ti y para los demás.

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