Santa Lucía, mártir. Siglo IV

Hizo los votos de virginidad por amor a Cristo, pero su madre insiste en que se case. Poco antes de la boda la madre se cura milagrosamente por intercesión de Santa Águeda; es por ello que la dejará seguir su camino.

El mesón, hazle sitio

A la entrada de Belén se encuentra un edificio muy grande que mandó construir el Galadita, hijo de David, diez siglos antes del nacimiento de Cristo. Probablemente sea éste el «mesón» al que se dirigió José buscando un lugar para el parto de María, como nos cuenta el Evangelio.

El Galadita construyó este edificio para sus rebaños. Su arquitectura es sencilla: una tapia cuadrada cierra un espacio sin techo donde se meten los animales. En algunas de las paredes se apoyan unos tejadillos de madera donde podían reposar las personas en gran número. También había unos pequeñísimos cuartos que sí estaban cerrados, pero eran muy pocos y muy caros.

Todavía se encuentran construcciones de este tipo en Palestina. Entonces eran lugares muy frecuentados por pastores y comerciantes, y en esos días en que cada uno debía trasladarse a la ciudad de sus antepasados para empadronarse, los mesones estaban repletos de gente. Carros, animales, gente, ruido, olor, insectos… El lugar no era ningún paraíso.

Allí quiso encontrar habitación José. Pero no había lugar en la posada. Se entiende que todas esas pequeñas habitaciones estuviesen ocupadas; el resto de ese gran edificio no ofrecía ninguna intimidad.

Cuando ahora lo recordamos nos parece una barbaridad. Dios hace todo el mundo, y no hay sitio para él cuando quiere venir a vivir en él. ¡Pero no se daban cuenta! Sin embargo, más vale andarnos con cuidado porque hoy puede ocurrirnos lo mismo a ti y a mí.

¡Dios está ahí! Quiere sitio en tu vida, quiere sitio en tu corazón, quiere sitio en tu cabeza, quiere sitio en tu tiempo.

Como estamos tan llenos no hay sitio para Él: pero no nos damos cuenta porque estamos llenos. Es importante que estos días estemos especialmente atentos.

Normalmente lo que más llena, lo que más sitio ocupa y nos hace incompatibles con Dios es el amor propio. Nuestra soberbia cierra las puertas a Dios y también a los hombres. Y todos somos soberbios.

¿Qué es la soberbia? Es el amor desmedido que me tengo a mí mismo.

Puede servir este breve test con cinco manifestaciones de soberbia. Si quieres puedes leer cada una y hablar con Dios cómo vas de eso. Te sugiero que le vayas pidiendo perdón por lo que veas, y que te vayas riendo de ti por lo tonto que eres a veces.

1. Es la soberbia la que hace que queramos ser el centro de atención.

2. La soberbia nos lleva a pensar que somos mejores de lo que realmente somos, o que hacemos las cosas mejor de lo que realmente las hacemos. Por eso dicen que el mejor negocio sería comprar a una persona por lo que ella vale y venderla por lo que él cree que vale.

3. Nos lleva a no aceptar nuestros fallos, a ocultarlos con la mentira, o enfadarnos cuando nos los dicen, a excusarnos con el «es que», «pensé que», «creí que».

4. El amor excesivo al yo también hace que pensemos mucho en nosotros mismos y en nuestras cosas, y esa inercia nos impida estar pendientes de los demás.

5. Es la que hace que hablemos mucho de nosotros, y exageremos con fantasmadas nuestras batallas.

Jesús quiero hacerte sitio, quiero matar la soberbia. Dame la humildad. Te digo lo que decía el Bautista: «Conviene que Él crezca y que yo disminuya» (Juan 3, 30). Eso es, Jesús. Conviene que crezcas y que yo disminuya. Madre mía, hazme humilde, ayúdame a reírme de mi mismo cuando haga el tonto dejándome engañar por la soberbia.

Coméntale lo leído o lo que quieras: y pídele que no te asuste la soberbia, ni te domine. ¿En cuáles de esos cinco puntos te aprieta el zapato de la soberbia.

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