San Martín de Porres, Religioso dominico. 1579-1639

A pesar de las limitaciones provenientes de su condición de hijo ilegítimo y mulato, aprendió la medicina, que después, ya religioso, ejerció generosamente en Lima, ciudad del Perú, a favor de los pobres.

Mal negocio

Santo Tomás Moro era el primer ministro inglés durante el reinado de Enrique VIII. El rey quería divorciarse para contraer nuevo matrimonio con otra mujer, Ana Bolena, pero necesitaba el consentimiento de la Cámara. Todos los políticos firmaron un documento que autorizaba al rey a casarse de nuevo, todos menos uno: sir Tomás Moro. Al principio trataron de convencerle, después intentaron comprarle, y como no conseguían nada quisieron forzarle. No cedió. La consecuencia fue clara: fue destituidode su cargo y llevado a la prisión bajo la acusación de Traición a la Corona. En un día pasó de ser primer ministro a ser preso. Le castigaron con pena de muerte.

Como todo cristiano, Tomás valoraba más la vida del alma que la vida del cuerpo, y estaba dispuesto a que muriese el cuerpo con tal de que su alma siguiese viva; no quería hacer conscientemente el mal, algo que no agradase a Dios, como sería autorizar un divorcio (lo que Dios ha unido no lo puede separar el hombre).

El duque de Norfolk le visitó en la prisión antes de que fuese guillotinado, tratando de convencerle para que firmase:

— Me alegraría que accedieras a los deseos del rey; si no, morirás.

— ¿Es eso todo lo que me quieres decir? —le contestó Moro—. Pues la verdad es que entre Su Señoría y yo no hay más diferencia que ésta: yo moriré hoy, y tú mañana (es decir, que aunque fuese algo más tarde también el duque moriría).

Alicia, mujer de Moro, un día fue a visitarle a la prisión con el propósito de convencerle:

— Bueno, Alicia —le dijo Moro—, ¿y por cuánto tiempo piensas que podré gozar de esta vida?

— Por lo menos veinte años —replicó ella.

— Mi buena mujer, no sirves para negociante ¿es que quieres que cambie la eternidad por veinte años?

Santo Tomás no firmó. Sin embargo, la carta que no hubiese tenido inconveniente en firmar Tomás Moro hubiese sido la carta de san Pablo a los romanos, en la que dice: «Considero, en efecto, que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros» (8, 34). Sí, se ve que lo tenía muy claro, y que vale la pena saber esperar.

Dame, Dios mío, la fe, el amor y la fortaleza de Santo Tomás. Que sea buen negociante: que esté dispuesto a perder cualquier cosa antes que perderte a ti, antes que desagradarte a ti, antes que alejarme de ti, antes que traicionarte a ti. Y eso, pierda lo que pierda: comodidad, fama, amigos, dinero, tranquilidad… ¡aunque pierda la vida del cuerpo!

Ahora puedes seguir hablando a Jesús y María con tus propias palabras. Puedes comentar con Él si tú, de hecho, firmarías antes lo que le proponían a santo Tomás, o lo que escribe san Pablo.

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