Natividad de Nuestro Señor Jesucristo

Celebramos elcumpleaños de Jesús, recordando que en estas fechas la virgen María dio a luz al Redentor del mundo.

Mirarse… ésa es la felicidad

Aunque parezca que no vienen a cuento estas palabras, te las copio. Las escribe Miguel Delibes cuando muere su mujer.

«Ninguno de los dos éramos sinceros pero lo fingíamos (ambos —marido y mujer— conocen la grave enfermedad que aqueja a la mujer y que en breve la llevará a la muerte) y ambos aceptábamos, de antemano, la simulación. Pero, las más de las veces, callábamos. Nos bastaba mirarnos y sabernos.

»Nada importaban los silencios, el tedio de las primeras horas de la tarde. Estábamos juntos y era suficiente. Cuando ella se fue, todavía lo vi más claro: aquellas sobremesas sin palabras, aquellas miradas sin proyecto, sin esperar grandes cosas de la vida, eran sencillamente la felicidad.»

Te propongo que así hagas hoy con Él. Durante ese rato estar, silencio, mirarle, saberte mirado… Métete.

Pueden servirte estas palabras que un autor pone en boca de María en esta noche: «Yo estaba muy cansada, pero era incapaz de dormirme. Le tenía allí, en mis brazos, acurrucado debajo de las mantas, recibiendo el calor de mi pecho y no demasiado lejos de los dos animales que obstruían la entrada de la cueva e impedían que pasara el viento frío de principios de Tebet. (…)

»No podía dejar de contemplarle. Le miraba y, por primera vez, allí, en aquella cueva que yo hubiera querido convertir en un palacio en honor a él, noté un sentimiento que hasta entonces no había tenido. Le miraba y, de repente, empecé a adorarle. (…)

»“Te quiero”, le decía besándole la frente. “Te quiero y le doy gracias a Dios por tenerte conmigo. No ha sido fácil y he pasado mucho miedo. Pero ahora que estás aquí lo doy todo por bien empleado. Casi te diría, mi pequeñín, que no me importaría que no ocurriera absolutamente nada de todo lo que me anunció el ángel. Nunca soñé con grandezas que superaran mi capacidad, ni aspiré a ser respetada y admirada. Ahora, convertida en la madre del Mesías, todo parece tan extraño. ¿Qué Mesías eres tú, que has nacido en una cuadra de ovejas y que tienes por corte a una vaca y a un borrico y por padres a dos humildes paletos? ¿Dónde está tu poder, dónde tu grandeza? Y, sin embargo, no me siento decepcionada. Tú vales más que todo lo que se obtenga de ti y esto lo sé yo, que soy tu madre, y ojalá que lo aprenda todo el mundo cuando crezcas y cumplas la misión para la que has nacido. Quizá los hombres te quieran por lo que les das, por lo que representas, por tu mensaje, por tus victorias o, quien sabe, por tus milagros. Yo, querido niño mío, te querré por ti. No es que lo demás no me importe, porque sería como despreciar los planes de Dios, pero, entiéndeme, yo soy tu madre y en este pecho podrás encontrar siempre amor puro, amor a ti y no sólo a lo que traigas contigo. Tú eres el regalo, tú eres el tesoro, y si no hubiera nada más, para mí ya sería bastante.»

Oh Dios, hoy que nos ha nacido el Salvador para comunicarnos la vida divina, concédenos compartir la vida divina de aquel que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Ahora te toca a ti hablarle; coméntale, si quieres cántale un villancico aunque sea interiormente, dale besos… Di algo a María y José… ¡que te enseñen!

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