San Pablo de la Cruz, presbítero. 1694-1775.

Desde su juventud destacó por su vida penitente, su celo ardiente y su singular caridad hacia Cristo crucificado, al que veía en los pobres y enfermos. Fundó la Congregación de los Clérigos Regulares de la Cruz y de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

No llores, mamá

En 1591, atacó con violencia a la población de Roma una epidemia de fiebre. Los jesuitas, por su cuenta, abrieron un hospital en el que todos los miembros de la orden, desde el Padre General hasta los hermanos legos, prestaban servicios personales.

Luis Gonzaga iba de puerta en puerta con un zurrón, mendigando víveres para los enfermos. Muy pronto, después de implorar ante sus superiores, logró cuidar de los moribundos. Luis se entregó de lleno, limpiando las llagas, haciendo las camas, preparando a los enfermos para la confesión.

Luis contrajo la enfermedad. Había encontrado un enfermo en la calle y, cargándolo sobre sus espaldas, lo llevó al hospital donde servía.

Pensó que iba a morir y recibió el viático y la unción. Contrariamente a todas las predicciones, se recuperó de aquella enfermedad; sin embargo, quedó afectado por una fiebre intermitente que, en tres meses, le redujo a un estado de gran debilidad. Luis vio que su fin se acercaba y escribió a su madre poco antes de morir a sus 23 años:

«Me encuentro aún en esta región de los muertos, pero pronto me llegará el momento de volar al cielo, a la tierra de los que viven. Ha de ser inmensa tu alegría al pensar que Dios me llama a la verdadera alegría que pronto poseeré para siempre. Te confieso que no me siento digno de esta suma bondad de Dios, pues por tan poco y breve esfuerzo me invita al descanso eterno y suprema felicidad.

»Guárdate de menospreciar esta suma benignidad de Dios como harías si lloraras como muerto al que vive en presencia de Dios. Con la intercesión te ayudaré más y mejor de lo que podría hacer desde aquí. Esta separación no será muy larga, volveremos a encontrarnos pronto en el Cielo junto a nuestro Salvador, gozando de una felicidad sin fin. Al morir sólo nos quita lo que nos había prestado por un tiempo, para adquirir el gozo eterno con Él. Considera mi partida como un motivo de gozo.»

Así escribía Luis a su madre. Contra ira, paciencia. La ira de «¿por qué justo me toca a mí esta enfermedad? ¡Precisamente ahora me pasa esto! ¡Qué mala suerte tengo siempre!…», esa ira que protesta porque no quiere sufrir… nos pide y nos grita una sola palabra: ¡paciencia!

San Luis Gonzaga tiene paciencia. Paciencia no es algo como aguantar con cara de perro y sufrir sin rechistar. Pa-ciencia es una ciencia que llena de paz. Y, como escribe a su madre, esa ciencia es la de saber que lo que nos ocurre tiene un sentido, está permitido por Dios que lo permite porque es muy bueno y quiere un bien mayor para nosotros, que ese camino nos conseguirá cosas buenas si lo aceptamos —aunque nos duela—.

Que mirándote con la cruz a cuestas, Señor, aprenda a sufrir sin protestar. Que sea paciente. Para eso te pido que me des esperanza, una gran esperanza. Aquí estamos de paso y todo lo que tú permites puede ser para mi bien: que sepa aceptarlo con una sonrisa. ¡Todo tiene sentido, todo!

Puedes comentarle ahora cómo vas de paciencia. Termina después con la oración final.

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