San Braulio de Zaragoza, Obispo. Siglo VII.

Amigo íntimo de san Isidoro, colaboró con él para restaurar la disciplina eclesiástica en toda Hispania. Escribió las Actas de los mártires de Zaragoza y más de 44 cartas, gracias a las cuales pueden llegar a conocerse muchos aspectos de la España visigoda.

Dios habla con hechos

Un chiste. Hubo unas inundaciones. Alarma general. Todo el mundo salió de sus casas pues el agua empantanaba ya la zona, y amenazaba mayor crecida de aguas. Protección Civil y Cruz Roja envían lanchas de salvamento. A la puerta de un caserío se para una de las lanchas, y el aldeano que allí se encuentra les dice: No, no; id a recoger a otros, que a mí la Providencia me salvará. Al cabo de un rato, el agua cubriéndole ya por la cintura, llega otra lancha, y les dice lo mismo: No, no; id a recoger a otros, que a mí la Providencia me salvará. Tuvo suerte, y cuando el agua le llegaba la cuello, otra lancha le ofreció su socorro: No, no; id a recoger a otros, que a mí la Providencia me salvará. No llegó ninguna otra lancha, y el aldeano murió ahogado. Su entrada en el Cielo la hizo entre protestas: san Pedro, yo confiando en la Providencia, y la Providencia… nada, dejó que me ahogara. La respuesta fue inmediata: ¿Cómo que nada…? ¡¡¡Tres lanchas te he enviado!!!

El chiste tendrá más o menos gracia, pero lo que sí tiene es mucha teología. La providencia no consiste en nada raro ni extraordinario, como al parecer pensaba el aldeano del chiste. Cada una de esas tres lanchas era la providencia actuando.

Se equivoca el aldeano al pensar que aquellas lanchas responden exclusivamente a la iniciativa de hombres. Es verdad que Protección Civil y Cruz Roja son los que envían aquellas lanchas. Pero Dios tiene la capacidad de emplear todas las circunstancias y todos los actos humanos libres al servicio de su plan, al servicio de su guión en el que cada uno es protagonista principal.

Dios nos habla con los hechos. Dios nos habla con las circunstancias. Dios nos habla con cada cosa que nos ocurre. Dios nos habla con cada persona que pone a nuestro lado.

Hay una parábola en la que Jesús explica este hecho claramente. Cuando estaba diciendo que hemos de amar al prójimo, uno le pregunta, como queriendo excusarse: ¿Y quién es mi prójimo? (prójimo significa próximo). Y Jesús expone la parábola del buen samaritano: un pobre judío es asaltado por unos ladrones; lo dejan apaleado y medio muerto al borde del camino. Pasan otros dos judíos, que deberían sentirse implicados: un sacerdote y un escriba, y no le hacen ni caso. Pasa por fin un samaritano, que era el menos próximo al apaleado —estaban enemistados los judíos y los samaritanos—, le recoge, le lleva a una posada y le procura todo tipo de cuidados. Y dice Jesús: Haz tú lo mismo (Lucas 10, 25-37). Con esta parábola nos está diciendo: ¿Quién es mi prójimo? El que Dios te pone delante para que le ayudes.

Dios pide a todos los hombres que amemos. Pero a mí me habla poniéndome delante una persona concreta, que quizá me encuentro por casualidad, quizá porque es mi pariente o mi compañero de trabajo, o mi vecino de arriba. Dios me habla con esa persona que pone junto a mí. Dios me pide que actúe poniéndola en unas circunstancias determinadas. Dios me habla en cada cosa que sucede.

Tan convencidos estaban de esto los que convivieron con Jesús que, cuando tienen que elegir otro apóstol que sustituya a Judas, le piden a Dios que lo elija de entre los candidatos. Lo echan a suertes, y le toca a Matías. Después rezan agradeciendo a Dios su elección; pero habían sido unos dados los que designaron a Matías (Hechos 1, 15-26).

Entonces, ¿cómo habla Dios? Dios habla con todo: con los hechos, con las leyes naturales, con las circunstancias, con las «casualidades», con mis limitaciones personales, con la inteligencia que me ha dado, con la conciencia personal…

Pero ¿cómo habla, si es invisible? Es invisible, pero habla a través de todo lo visible; por lo que podríamos decir que el mundo es la boca de Dios, que me habla con cada suceso.

Y ¿cómo habla si se encuentra tan lejano? Es en la intimidad donde habla, pero puedo abrirle la intimidad y encontrarle en ella, o bien puedo tenerla cerrada. Si tengo cerrada la intimidad, entonces sí es verdad que Dios se encuentra muy lejano como para hablarme. Por eso, cuando alguien tiene temor a que Dios pueda pedirle algo en contra de su voluntad, la reacción natural y más eficaz es la de no pensar, no considerar en mi intimidad los hechos, no rezar… porque ése es el modo de poner una distancia enorme entre Él y yo. Por el contrario, quien quiere escucharle… abre su intimidad. Como dice el evangelio que hacía María: «María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón» (Lucas 2, 19).

Señor, Dios vivo, enséñame a escucharte. Es rasgo de tu familia cristiana entendernos bien contigo, saber escucharte y verte en todo. Enséñame, Señor. Quiero estar pendiente de tu boca.

Sigue hablando con él, y trata de convencerle de que te ayude a verle en todo… Puedes repasar algunos hechos recientes en los que quizá estaba él hablándote y no lo habías descubierto.

Ver todos Ver enero 2022