San Fernando, Rey. Siglo XIII

Modelo de gobernante, creyente, padre y esposo. Emprendió la construcción de la catedral de Burgos y fundó la Universidad de Salamanca. Protegió a las comunidades religiosas y se esforzó para que los soldados del ejército fueran educados en la fe.

¡No dejarlas…aunque esté hecho un desastre!

Lo cuenta san Alfonso María de Ligorio. En 1604, a dos jóvenes de Flandes que llevaban una mala vida, después de pasar una noche en casa de una mujer pecadora, de vida deshonesta, les ocurrió lo que sigue.

Ricardo, uno de los jóvenes, salió de aquella casa y cuando llegó a la suya se acostó. Una vez en la cama se acordó de no haber rezado las tres Avemarías que acostumbraba rezar todos los días a su Madre la Virgen. Ya estaba medio dormido, pero venció la pereza y las rezó. La verdad es que las rezó sin gran devoción, pero no dejó de rezarlas… Luego se acostó de nuevo.

Apenas había empezado a dormir notó que alguien golpeaba con fuerza la puerta de su habitación. Quien golpeaba la puerta era el alma de su amigo. (Cuando morimos, nuestra alma sigue viviendo, y en algunas ocasiones permite Dios que, de forma extraordinaria, actúe físicamente. En este caso lo permitió, como veremos, para que Ricardo cambiase de vida.)

Ricardo se levantó y sin abrir la puerta preguntó:

 —¿Quién eres?

—¿Es que no me conoces? ¡Soy un desgraciado! —exclamó triste el alma del amigo—. ¡Estoy condenado!

—¿Cómo así?

—Ricardo, tienes que saber que al salir de aquella casa me atacaron y caí muerto ahogado; mi cuerpo quedó tendido en la mitad de la calle y mi alma está en el infierno. Lo mismo te hubiera pasado a ti, pero santa María te salvó de él por las tres Avemarías que le rezas cada noche.

Y acabó diciendo:

—Aprovecha esta revelación de la Madre de Dios, tú que tienes tiempo. Y desapareció.

La Virgen quiso que el alma de su amigo le revelase a Ricardo lo sucedido para que cambiase de vida. Ricardo se puso a llorar y a dar gracias a la Virgen; sonaban entonces las campanas de la iglesia y decidió ir a confesarse y hacer penitencia.

Fue y se lo dijo a los sacerdotes; éstos, que no lo creían, se dirigieron a la calle donde estaba el cuerpo de su amigo y lo vieron muerto y tendido en mitad de la calle; comprobaron así que Ricardo no había mentido. A partir de entonces Ricardo cambió de vida e hizo muchas cosas por Dios y por los demás.

Cuando relata este hecho san Alfonso María, lo acompaña de datos —actas notariales, testamentos…— que certifican los hechos en la medida de lo posible.

Perdona, María, las veces que rezo el Avemaría sin atención, como de carrerilla, sin darme cuenta de que te lo estoy diciendo a ti. Procuraré fijarme más en los pronombres en segunda persona (tú, te, contigo). De todas formas, aunque me siga distrayendo, no me preocupa: sé que te gusta lo que digo, y sabes que te lo digo porque te quiero. Todas las noches te daré las buenas noches rezándote las tres Avemarías… ¡con atención!

Ahora puedes seguir hablando a María con tus palabras, comentándole algo de lo que has leído. Después termina con la oración final.

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