San Josafat Kunsevich, Obispo y Mártir. 1581-1623.

Obispo de Polotsk, en Rutenia, que luchó por impulsar a su pueblo hacia la unidad católica y cultivó con piadoso amor el rito bizantino-eslavo en Witebsk, en Bielorusia. Patrón de la Reunión entre Ortodoxos y Católicos.

Cercanía abierta y cerrada

Si quieres estar cerca de un amigo que vive en otro país, puedes viajar, acercarte a su casa, incluso pasar horas con él en una misma habitación. Así habrás conseguido la cercanía que buscabas.

Sin embargo, caben dos posibilidades. Puede ser que ese amigo, a pesar de la cercanía física conseguida, no escuche, no haga caso, que siga con sus cosas en la cabeza, que cierre su intimidad… incluso que mientras le hablo esté viendo el futbol o con los cascos escuchando su musical favorito. En este caso, habría cercanía, pero una cercanía cerrada. Yo no entro en él, ni él entra en mí. A pesar de la cercanía física no hay cercanía íntima. Como cantaba Perales, a veces estamos juntos pero estamos lejos.

Por el contrario, puede ser que nuestra cercanía sea abierta: cuando llego a su casa, él me agradece, me habla y me escucha, compartimos, reímos y bebemos juntos, nos apenamos y preocupamos juntos, etc. Habríamos establecido una cercanía abierta.

Dios ha conseguido contigo cercanía. Le ha costado, pero lo ha conseguido. Ahora lo único que puede hacer es decirnos: «Venid a mí. Sí, yo he hecho lo que está de mi parte; ahora te toca a ti. Yo no puedo hacer más. Venid a mí» (cfr. Mateo 11, 28). Él está en el alma en gracia, está en cada sagrario sacramentalmente, está en la Escritura hablando, está en la confesión perdonando, está en la Iglesia, en los demás… está cercano de mil formas. Pero depende de ti que esa cercanía sea abierta o cerrada.

Se entiende que nos diga por la Escritura: «Si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos» (Ap. 3, 20). «Ábreme —dice el Señor— así como yo me he abierto a ti. Abre el mundo para mí, para que yo pueda entrar, para que yo pueda hacer radiante tu razón oculta, para que pueda superar la dureza de tu corazón. Ábreme, así como he dejado abrirse mi corazón para ti. Déjame entrar. Él lo dice a cada uno de nosotros, y lo dice a toda nuestra comunidad: déjame entrar en tu vida, en tu mundo. Vive por mí, para que ella se haga realmente viviente —pero vivir significa siempre entregarse una y otra vez—.»

Dios mío, ¿pongo interés en ti? ¿Tengo interés por hablarte, por escucharte, por buscarte? ¿Me interesan tus cosas? ¿O siempre «sufro» la cercanía tuya, porque me resultas incómodo y aburrido? Padre nuestro, ¡venga a nosotros tu Reino! Sí, Padre, que venga, y yo me abriré para recibirlo. Que venga tu Reino sobre el mundo entero. Te los seguiré pidiendo cada vez que rece el Padrenuestro.

Puedes seguir hablando a Jesús y María con tus propias palabras, comentándole si tu cercanía es abierta o cerrada… Puedes responderle al «Venid a mí»… Después termina con la oración final.

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