Santa Verónica. Siglo I.

Aunque no se sabe su nombre real, se le otorgó el de Verónica a la mujer que acompañó a Jesús en el Vía Crucis, limpiándole la cara con un paño. Verónica procede del macedonio “ferenice”, y significa “portadora de la victoria”, aunque se lo relaciona con el latín “vera icon”: imagen verdadera.

El corazón quejica

No me cuesta identificarme con el hijo mayor de la parábola que se quejaba: «Hace ya muchos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me has dado ni un cabrito para celebrar una fiesta con mis amigos.» En esta queja, obediencia y deber se han convertido en una carga, y el servicio en esclavitud.

Todo esto se me presentó de forma muy clara cuando un amigo, que recientemente se ha convertido al cristianismo, me criticó por no hacer demasiada oración. Esta crítica me enojó mucho. Me dije: «¡Cómo se atreverá éste a darme lecciones de oración! Durante años ha llevado una vida descuidada e indisciplinada, mientras que yo siempre he vivido una vida de fe. ¡Ahora se convierte y empieza a decirme cómo debo comportarme!» Este resentimiento interior revela mi propio «extravío». Me había quedado en casa, no me había marchado, pero no llevaba una vida libre en casa de mi padre. Mi ira y envidia eran prueba de mi esclavitud.

Esto no sólo me ocurre a mí. Hay muchos hijos e hijas mayores que están perdidos a pesar de seguir en casa. Y es este «extravío» —que se caracteriza por el juicio y la condena, la ira y el resentimiento, la amargura y los celos— el que es tan peligroso para el corazón humano. A menudo pensamos en el extravío como actos que se ven y que son espectaculares. El hijo menor pecó de forma visible. Su perdición es obvia. Malgastó su dinero, su tiempo, sus amigos, su propio cuerpo. Lo que hizo estuvo mal; lo supo su familia, sus amigos y él mismo. Se rebeló contra toda moralidad y se dejó llevar por la lujuria y la codicia. Después, habiendo visto que toda aquella conducta caprichosa no le conducía más que a la miseria, el hijo menor reflexionó, volvió y pidió perdón. Estamos ante el clásico error humano que se soluciona de forma clara. Se comprende y se simpatiza fácilmente con él.

Sin embargo, el extravío del hijo mayor es mucho más difícil de identificar. Al fin y al cabo, lo hacía todo bien. Era obediente, servicial, cumplidor de la ley y muy trabajador. La gente le respetaba, le admiraba, le alababa y le consideraba un hijo modélico. Aparentemente, el hijo mayor no tenía fallos. Pero cuando vio la alegría de su padre por la vuelta de su hermano menor, un poder oscuro salió a la luz. De repente, aparece la persona resentida, orgullosa, severa y egoísta que «estaba escondida» y que con los años se había hecho más fuerte y poderosa.

Mirando en mi interior y mirando a las personas que me rodean, me pregunto qué hará más daño, la lujuria o el resentimiento. Hay mucho resentimiento entre los «justos» y los «rectos». Hay mucho juicio, condena y prejuicio entre los «santos». Hay mucha ira entre la gente que está tan preocupada por evitar el «pecado».

El extravío del hijo resentido es tan difícil de reconocer precisamente porque está estrechamente ligado al deseo de ser bueno y virtuoso. Sólo yo sé los esfuerzos que he hecho por ser bueno, agradable, por que se me acepte, y por ser un ejemplo a imitar. Toda mi vida me he esforzado por evitar las situaciones que me conducen al pecado; siempre he sentido pánico de caer en la tentación. Pero junto a esto estaba también la seriedad, la moralidad, incluso un cierto fanatismo, que hacía que me resultara cada vez más difícil sentirme a gusto en la casa de mi Padre. Me hice menos libre, menos espontáneo, menos jovial y cada vez más era considerado una persona «dura».

Padre bueno, quiero servirte y estar siempre en casa, pero no me dejes caer en el resentimiento del hijo mayor. Que no me haga duro, que no me crea mejor, que no mire por encima del hombro a nadie —¡a nadie!—. Que mire con tu mirada, Padre, a todos tus hijos.

Comenta con Dios Padre si te pareces a este hijo de la parábola. No tengas miedo en reconocer lo que sea, y aprovecha para decirle que te abandonas en él, que quieres que tu corazón no sea quejica…

Ver todos Ver enero 2022