Santa Catalina Labouré, Religiosa. 1806-1876.

Ingresó en las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul. La Sma. Virgen se le apareció para recomendarle que hiciera la Medalla Milagrosa.

Esclavo seguro ¿pero de quién?

Hay quien piensa que para ser feliz en la otra vida hay que ser infeliz aquí. Están muy equivocados. Seguro que sólo van al Cielo los que son felices en la tierra. Para ser feliz allí, hay que ser feliz aquí.

¿Por qué? Porque en la vida la libertad que tenemos está para entregarla: no puede no usarse. La libertad siempre se entrega a algo. Y uno se hace esclavo de ese algo al que entrega su libertad. ¿Y a qué se entrega la libertad? A Dios o a tonterías. Así: o te haces esclavo de Dios, o eres esclavo de tus tonterías (comodidad, fama, dinero, pasiones, miserias, pereza, esclavo de lo que piensen los demás, del egoísmo…).

Siendo esclavo de Dios uno es muy feliz: se vive para otros y es una gozada. Pero el ser esclavo de tonterías es un auténtico martirio. Es fácil de entender. Por ejemplo un esclavo de la pereza: porque le da pereza deja de hacer cosas formidables a cambio del aburrido no hacer nada. Tiene la diversión de no esforzarse, pero es una diversión tan aburrida que apenas es diversión. Ser esclavo de la pereza es terrible. Y así con todo lo demás.

Por eso, para ir al cielo lo primero es mirar si estás contento. Y si no estás contento… algo pasa, algo hay que te separa de Dios, estás siendo esclavo de algo que no es Dios. Rectifica: examina, pide perdón, y esclavízate libremente a Dios.

Esclavizarse bien significa… llegar hasta el final. Los primeros cristianos lo tenían muy en la cabeza. San Ignacio de Antioquía, por ejemplo, uno de los primeros papas que murió comido por leones en un circo en Roma, escribía a los cristianos de Éfeso: «Porque ya no se trata simplemente de proclamar la fe, sino de perseverar hasta el final practicándola.» Hay temporadas en la vida en las que no resulta fácil, pero es el momento de aguantar, de resistir: «Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero quien persevere hasta el fin, ése se salvará» (Mateo 10, 22).

No está de moda lo de perseverar. Así ocurre cuando crece la maldad. Pero Jesús se adelantó al advertirnos: «Y, al crecer la maldad, se enfriará la caridad de muchos. Pero quien persevere hasta el fin, ése se salvará» (Mateo 24, 13).

Madre mía, esclava del Señor: eso quiero ser yo, un buen y libre esclavo de Dios. Líbrame de cualquier otra esclavitud. Quiero ser fiel, Señor, hasta el final. Dame, Señor, la perseverancia final. Gracias.

Ahora puedes seguir hablando a Jesús y María con tus propias palabras, comentándole algo de lo que has leído. Después termina con la oración final.

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