San Juan Apóstol y Evangelista, el discípulo amado

Es el único de los Apóstoles que acude a la cruz, acompañando a la Virgen María. Escribió el cuarto evangelio, tres cartas canónicas y el libro del Apocalipsis, mientras predica en Palestina y Asia Menor.

El santo del «no tenía por qué»

Hoy celebramos a san Juan, el más joven de los doce Apóstoles. El Señor le tenía un especial cariño. Por eso, cuando en el evangelio se habla del discípulo al que Jesús amaba se está refiriendo a san Juan. Me gusta referirme a Juan como el joven de la libertad y el del no tenía por qué. Me explico.

Sabemos de él que empezó como apóstol a los trece o catorce años. Quiso dedicar su corazón exclusivamente a Jesucristo, por lo que renunció a casarse y formar una familia: así, además, podía estar más disponible para las cosas del Reino. Durante la Última Cena, en la que Jesús está muy afectado, Juan le da su cariño recostando su cabeza sobre el pecho del Maestro. En el momento duro de la oración en el Huerto de los Olivos, donde le apresan, Juan le ha acompañado a orar. Se mete en el palacio donde juzgan a Jesús porque no quiere dejarle solo. Y en la crucifixión, cuando muere Cristo, el único hombre que está junto a la cruz es Juan. Es él quien recibe el encargo de cuidar a María. Y quien más velozmente corre al sepulcro cuando les anuncian que Jesús ha resucitado.

Es el santo del no tenía por qué. Estos pocos detalles de su vida recogidos en el evangelio dejan bien a las claras que Juan amaba a Jesús, porque no funcionaba por mandatos u obligaciones. No tenía por qué haber hecho ninguna de esas cosas. ¿Por qué deja a su familia siendo tan joven? ¿Por qué renuncia al matrimonio? ¿Por qué arriesga su vida metiéndose en la boca del lobo? ¿Por qué está al pie de cruz? ¿Por qué…? Sólo hay una respuesta en todo lo que hace Juan en su vida: NO TENÍA POR QUÉ, PERO ME DA LA GANA.

¡Eso es amor! Qué distintos somos nosotros en ocasiones. ¡Cuántas veces nos defendemos! Defendemos nuestro egoísmo con preguntas disuasorias: ¿por qué tengo que hacerlo yo?, ¿por qué hacer eso, si yo no gano nada?, ¿acaso es obligatorio?, ¿por qué yo?, ¡siempre me toca a mí!, ¿por qué le voy a perdonar si ha sido su culpa?, ¿por qué hacer oración o mortificación si con menos basta?, ¿por qué dar, si no me queda más?, ¿por qué obedecer si no entiendo?, ¿por qué dar todo, si no hay necesidad?, ¿por qué ayudar, si él nunca…?, ¿por qué no dormir la siesta?

La respuesta sólo da una razón: quiero amar, quiero amar como Jesucristo; amar es dar con libertad, más de lo que es razonable u obligatorio, dar porque me da la gana darlo, dar porque agradará al otro, dar con la alegría de estar sirviendo…

San Juan, intercede por mí, intercede por todos los jóvenes que ahora seguimos a Cristo: que lo hagamos con tu estilo, con el «porquemedalagana» en la boca continuamente. Señor, voy a hacer un poco de examen, no vaya a ser que me esté equivocando como cristiano. Si no tengo por qué hacer algo, si no estoy obligado ¿lo hago? Libremente, Señor, porque me da la gana, quiero amar, darme, luchar, ser santo. Concédenos llegar a comprender y a amar de corazón lo que tu apóstol nos dio a conocer.

Sigue por tu cuenta…

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