San Edmundo, Mártir. 841-870.

En Inglaterra, siendo rey de los anglos orientales cayó prisionero en la batalla contra los invasores normandos y, por profesar la fe, fue coronado con el martirio.

Manos llenas

En la tómbola uno compra boletos y luego espera a ver qué le ha tocado. Una tienda es distinto: uno va cogiendo lo que quiere, y eso es lo que se lleva.

El juicio particular es más una tienda que una tómbola. Allí estaremos a solas con nuestro Padre y nuestro Amigo Jesús, abriremos las manos y en ellas estará todo lo bueno que hayamos hecho en la vida.

Si las manos están vacías, nosotros mismos le diremos a Dios, llenos de vergüenza y con mucho dolor al ver lo bueno que es Él y lo tontos que hemos sido nosotros, le diremos que no podemos vivir con Él definitivamente.

Si las manos están llenas (con actos de amor, trabajo, buenas obras, servicio, vencimientos de la pereza, perdón a los demás y peticiones de perdón, sonrisas, fidelidad, sinceridad…), la vida está llena y el juicio será un gran abrazo con Dios.

Cuando en el momento nos cuesta hacer algo valioso, vale la pena pensar: ¡Esto me cuesta un momento y ya lo tengo en mis manos para toda la vida! ¡Vale la pena!

¿Cómo llenar mucho las manos? «El ser humano no sólo debería pensar qué quiere, sino más bien preguntarse para qué es bueno y qué puede aportar. Entonces comprendería que la realización no reside en la comodidad, en la facilidad y en el dejarse llevar, sino en aceptar los retos, en el camino duro. Todo lo demás se convierte en cierto modo en aburrido. Sólo la persona que se “expone al fuego”, que reconoce en sí una llamada, una vocación, una idea que satisfacer, que asume una misión para el conjunto, llegará a realizarse. (…) no nos enriquece el tomar el camino cómodo, sino el dar».

El juicio no será una tómbola. Aprovechemos para dar, dar y dar más. Es un fracaso ser personas yoyó. Así se llama uno de esos juegos venidos y llevados por la moda. Yoyó se llama a ese artilugio que se ata al dedo corazón con una fina cuerda enrollada en el eje del artilugio. Cuando se arroja con fuerza, se desenrolla. Al final, con la misma fuerza vuelve a enrollarse y vuelve el artilugio hasta la mano de quien lo lanzó. Las personas somos un poco yoyó. Tendemos a darnos vueltas, a volver una y otra vez sobre nosotros mismos, a buscar el cómodo refugio en nosotros mismos.

No nos enriquece tomar el camino cómodo: estar tan en el centro de todo hace que todo nos afecte sin medida. Si algo sale bien, me creo el mejor; si sale mal, el peor. Pueden separar estos sentimientos tan sólo cinco minutos. El yoyó sube con la rapidez de la espuma, y se deshacen con la facilidad de la espuma. Personalizar todo no es sano.

La persona que vive como un yoyó, suspicaz y susceptible, vive incómoda hasta el día que descubre que se puede vivir la vida de los demás, que es posible diseñar la propia en torno a las necesidades de los otros… y resulta mucho más apasionante… y más justo.

¡Recuerda! Llenar las manos. Nos enriquece el dar. El ser humano no sólo debería pensar qué quiere, sino más bien preguntarse para qué es bueno y qué puede aportar. El juicio no será una tómbola…

Madre mía, ayúdame a llenar las manos cada día con muchas cosas pequeñas. Así mi juicio será un gran abrazo con Él. ¡Gracias!

Ahora puedes seguir hablando con Él si llenas las manos o pierdes tantas ocasiones…

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