San Félix de Nola, Obispo. Siglo III

Durante la cruel persecución de Decio fue encarcelado y sometido a crueles torturas. Al llegar la paz pudo volver con los suyos y vivió en la pobreza hasta su muerte, ya anciano.

El éxito de los exititos

Tal vez hayas asistido alguna vez a la proyección de un vídeo en casa de un amigo que quiere mostrarte lo mucho que ha disfrutado en su último viaje por el océano Índico. De repente, para hacerse el gracioso, interrumpe la proyección y la imagen queda congelada en la pantalla. Ahí queda él paralizado en una postura ridícula, con expresión boba, el ceño fruncido, una ingenua sonrisa… Resulta cómico y todo el mundo se ríe.

También Dios interrumpirá la cinta de nuestra vida un día… y quedaremos captados para siempre en nuestra fealdad o en nuestra hermosura. Por eso debemos estar preparados para recibir la muerte, que no es más que un cambio de casa. Como nos repetía Jesús: «Velad y orad, porque no sabéis el día ni la hora» (Mt 25, 13).

¿Y cómo estar preparado? Viviendo con Dios, esto es, viviendo en gracia, con la mayor gracia —esto es, con la mayor vida de Dios—, y siempre en gracia…

Lo más importante de Dios no es que sea Creador, ni Sabio, ni Todopoderoso, ni… Lo más importante de Dios es que es Padre. Las demás cosas de Dios están al servicio de su paternidad.

Análogamente, lo más importante de cada uno de nosotros es que somos hijos: hijos de Dios. Por lo tanto, yo tengo éxito en la vida no si obtengo «exititos» humanos, sino si consigo vivir como lo que soy esencialmente: si logro llevar una vida de hijo de Dios.

Lo que nos hace ser hijos de Dios es la gracia. Y lo que nos hace vivir como hijos de Dios es la fuerza de la gracia. Uno es hijo de su padre cuando recibe de él la vida: eso establece una relación de filiación-paternidad. Lo que tenemos en común con Dios —que nos hace hijos suyos— es tener su misma vida. Esta vida de Dios en nosotros es lo que llamamos gracia. Como la gracia es la vida de Dios en nosotros, cuanta más presencia de la gracia haya en nosotros, más capaces seremos de vivir como Dios —o como hijos de Dios—. En los primeros siglos escribía san Cipriano: «Debemos saber que cuando nosotros llamamos Padre nuestro a Dios debemos comportarnos como hijos de Dios, para que él se complazca en nosotros como nosotros nos complacemos en él».

Sabemos que la gracia la recibimos fundamentalmente por la oración y los sacramentos.

¿Qué puede ayudarme a defender y a aumentar la gracia en mí? Vive siempre deseando llenarte de gracia. ¿Eres consciente de que puede que Jesús te llame en cualquier momento? ¿Y de que vale la pena morir bien porque, comparado con la tierra, el cielo dura infinitamente más?

Madre mía, ayúdame a estar preparado para cuando me llame Jesús. Pero no de cualquier manera: con toda la gracia que me sea posible. Tú eres la llena de gracia, Dios te llenaba, no había nada tuyo personal que se opusiese a Dios. Él hacía a través de ti todo lo que quería… porque le dejabas. Así quiero vivir y morir yo.

Coméntale a Dios ahora algo de lo que has leído, y las preguntas que han salido en el texto. Después termina con la oración final.

 

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