Santos Cosme y Damián, Mártires. Siglo III.

Hermanos gemelos que, según la tradición, ejercieron la medicina en Ciro, de Augusta Eufratense (hoy Siria), no pidiendo nunca recompensa y sanando a muchos con sus servicios gratuitos (c. s. III).

Planeta Simpson

«He aquí que estoy a la puerta y llamo, dice Dios. Si me abres, entraré y me sentaré a la mesa y cenaremos juntos». Estoy convencido de que en la mayoría de los casos, las personas que no abrimos nuestra puerta a Dios cuando nos llama es porque dentro de la casa no hay nadie. Sí: muchos no le abren porque no viven dentro de ellos.

¿Qué quiero decir? Que vivimos fuera de nosotros, haciendo cosas, preocupados de lo de fuera, sin saber qué queremos y por qué hacemos lo que hacemos, sin buscar nada en la vida. Vivimos sin vida por dentro. De una cosa a otra pasamos sin tiempo que medie. Y si hay tiempo, con música y el tuenti y lo que haga falta, conseguimos no pensar. No vivimos dentro de nosotros.

«Ya sabéis cómo se viaja hoy en día —comenta irónicamente Jacques Leclercq—: Los jóvenes que se respetan han visto, antes de cumplir los veinte años, la mitad de Europa, y la mayor parte de ellos incluso han cruzado los mares. La Bretaña requiere ocho días; Austria, diez; tres semanas para Italia ya es mucho; las orillas del Rin son cosa de un fin de semana. Se hacen trescientos kilómetros diarios… (…)

»La gente civilizada no dedica más de un día a visitar París, por supuesto en autocar, con una especie de ser mugiente al lado del chófer, que detalla a voz en grito, ayudándose incluso a veces de un megáfono, las obras de arte, de gracia y de delicadeza acumuladas por los diez siglos de civilización francesa… (…)»

Y continúa proponiendo como contraste: «Cuando yo era niño tenía una tía anciana —la tía Amelia—, mejor dicho, una tía abuela, una de esas tías solteronas —¿existe aún esa raza?—, muy digna, rígida, que nunca hubiera consentido sentarse en un sillón, sino sólo en una silla de respaldo rectilíneo; una de esas tías solteronas de las que se decía muy bajito que habían tenido más de una ocasión de casarse, pero que eran ellas las que no habían querido, y cuya misión especial parecía ser la de conservar los recuerdos de la familia y mimar a sus sobrinos nietos.

»Nos hablaba a menudo del gran viaje a Italia que había hecho con su madre después de morir mi bisabuelo; debía de ser por 1870. El viaje había durado seis meses; se habían quedado dos meses en Roma. Hoy, el que dispone de seis meses y de algunos recursos, se cree obligado a dar por lo menos una vez la vuelta al mundo.

»Pero cuando se corre durante seis meses a lo largo del planeta, se ha visto menos de lo que yo veo en el mismo tiempo, aspirando los olores de mi tierra. ¿Conocéis algo más decepcionante que unos jóvenes que vuelven de viaje? Sus impresiones se reducen poco más o menos al precio de la gasolina en los distintos países, a algunas opiniones de cocina comparada, a veces a una vista rápida de algún paisaje».

Si quienes no viven dentro de sí mismos se volviesen amarillos ahora mismo, seguramente el planeta parecería el planeta de los Simpson. ¿No te parece?

Señor, que viva la vida para dentro. Sin interioridad no vivo la vida, sencillamente la gasto. Que sea protagonista de mi vida, ayúdame. Si necesito la actividad constante… puede ser mal síntoma. Quiero estar dentro de mi casa y oír cuando me llamas, y abrirte y sentarme contigo… disfrutar de ti y de la vida. Gracias.

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