San Ricardo de Chichester, Obispo. Siglo XIII.

De origen campesino, es contrario a los lujos de los nobles y poderosos. Formado entre Oxford y Bolonia, es nombrado obispo de Chichester por el arzobispo de Canterbury, pero sin el beneplácito de Ricardo III, que no le permite entrar al palacio episcopal.

Sonriendo ya somos Apóstoles

Un periodista le preguntaba a Benedicto XVI: «Entonces, ¿Dios se muestra siempre lleno de respeto o también manifiesta humor?» Y contestaba: «Personalmente creo que tiene un gran sentido del humor. A veces le da a uno un empellón y le dice: “¡No te des tanta importancia!” En realidad, el humor es un componente de la alegría de la creación.»

La creación es un formidable canto de alegría: luz y color, formas y dimensiones, semejanzas y desemejanzas… No ha hecho el mundo un Dios aburrido. Y los hijos de Dios, que nos queremos parecer a él, somos alegres.

Una pregunta de un catecismo que estudié de pequeño se formulaba así: «¿Por qué los cristianos estamos siempre alegres?» Y la contestación: «Los cristianos siempre estamos alegres porque Jesús ha resucitado.»

¿Por qué, a veces, tenemos cara de haba? El gran apostolado cristiano empieza por mostrar y contagiar alegría. Sólo con eso ya hacemos mucho, y el mundo necesita que se la mostremos. Ir con cara alegre por la calle, estar sonrientes, estar de buen humor.

El himno de la alegría, en la novena sinfonía de Beethoven, dice: «Si en tu camino sólo existe la tristeza/ y el llanto amargo / de la soledad completa/ ven, canta,/ sueña cantando,/ vive soñando el nuevo sol/ en que los hombres/ volverán a ser hermanos. / Si es que no encuentras/ la alegría en esta tierra/ búscala, hermano, más allá/ de las estrellas.»

Recuerdo un compañero al que llamábamos «neutrón»: ¡era tan negativo con todo…!

Pero lo interesante es que aprendamos, como sugiere Benedicto XVI, a descubrir el humor de Dios. Aquella contestación continuaba así: «En muchas cuestiones de nuestra vida se nota que Dios también nos quiere impulsar a ser un poco más ligeros; a percibir la alegría; a descender de nuestro pedestal y a no olvidar el gusto por lo divertido.»

Dios, en lo ordinario, con frecuencia se tiene que reír al vernos. Ojalá entremos en su sentido del humor cuando nos invita a reírnos de nosotros mismos. Repasa estos últimos días, a ver si eres capaz de descubrirlo en algún hecho.

Estrenaba mis primeros meses de sacerdocio. Una de las primeras correcciones que recibí venía de boca de una señora que frecuentaba la iglesia en la que yo confesaba varias horas por las mañanas.

«—Oiga, en el confesionario no se ría.

»—¿Por qué? —le pregunté desconcertado.

»—Porque en la Confesión yo tengo que ver en usted a Dios, ¿y cómo voy a verle si usted se ríe?»

Aquella conversación se me quedó grabada. No le contesté nada; sencillamente le di las gracias. Pero me dio mucha pena, pues quizá, en ocasiones, hayamos podido transmitir la imagen de un Dios serio y antipático, de fácil enfado y siempre triste… y hayamos dado una imagen equivocada de Dios.

«Nadie es más joven que Dios», afirmaba san Agustín. Y es verdad en todas las connotaciones positivas que acompañan a la juventud. Nadie es más positivo y alegre que Dios; nadie es más entusiasta y cariñoso que Dios; nadie es más tierno y sonriente que Dios…

Jesucristo, que es Dios hecho vida humana, trasluce un buen humor enorme y simpático en el Evangelio, que bien merece ser tratado en otro libro que se titule: Las sonrisas de Cristo.

Muy bien lo han entendido los santos, como Teresa de Jesús cuando dice: «Está el alma como un niño que aún mama, cuando está a los pechos de su madre, y ella, sin que él paladee, le echa la leche en la boca para regalarle.»

Si todo esto es verdad, debemos esforzarnos por aprender a jugar con Dios Padre, aprender a captar su humor… para entendernos y gozar con él.

Señor, quiero aprender a jugar contigo, a descubrir tu humor. Ayúdame a descubrirte en lo que me pasa, y a no olvidar nunca que tú gozas jugando con nosotros. Quiero estar alegre siempre, y transmitir al mundo tu alegría.

Ahora te toca a ti hablar a Dios con tus palabras, y quizá comentarle que te gustaría tener una sonrisa de oreja a oreja todo el día, y por qué no es así.

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