La Anunciación del Señor, Solemnidad.

En la ciudad de Nazaret, el ángel del Señor anunció a María: Concebirás y darás a luz un hijo, y se llamará Hijo del Altísimo. María contestó: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y así, el Hijo de Dios se hizo hombre por obra del Espíritu Santo.

Oración del general MacArthur: lo malo no es sufrir, sino no saber sufrir

Otra carta, también de un padre, pero esta vez no la dirige a su hijo, sino a Dios para hablarle de su hijo. Es del general MacArthur. Escribió esta oración para pedirle a Dios un hijo… y lo mejor para él. Sorprendentemente, no pide para él una vida fácil, sino una vida plena. Puedes rezarla ahora, mientras la lees, pidiendo para ti lo que él pide para su hijo o pidiéndoselo para quien quieras.

«Dios Padre, dame un hijo que sea lo bastante fuerte como para tener conciencia de sus debilidades, lo bastante valiente para recobrarse de ánimo cuando tenga miedo. Un hijo que sepa aceptar con nobleza la derrota honrosa y ser sencillo y generoso con la victoria.

»Dame un hijo que tenga el corazón y la cabeza en su sitio. Un hijo que te conozca y sepa que el conocerte a Ti es la piedra angular de la sabiduría.

»Te lo pido, Señor: no le lleves por los caminos fáciles, sino por los senderos erizados de obstáculos y dificultades. Enséñale a permanecer fiel en las tormentas y a compadecerse de los que han caído.

»Dame un hijo, Señor, de corazón puro, con aspiraciones elevadas, que sepa ser dueño de sí mismo antes de querer mandar sobre los otros, que sepa reír sin olvidar cómo se llora, que mire el porvenir sin perder de vista el pasado.

»Y cuando tenga todo esto añádele, Señor, te lo suplico, unas gotas de buen humor para que sepa mantenerse siempre sereno, sin tomar nunca las cosas por el lado trágico.

»Dale humildad para que recuerde siempre la comprensión de la verdadera sabiduría y la serenidad de la auténtica fortaleza. Gracias, Señor. Entonces yo, su padre, me atreveré a confesarme a mí mismo: ¡No has vivido en balde!»

Jesús está vivo: ha resucitado. Tras su vida y su Pasión, llega la vida eterna del Resucitado. El sufrimiento no es un absurdo: es como una medicina, que aunque el sabor sea amargo, puede curar nuestra alma; si lo aprovechamos puede hacernos más capaces de amar, nos enseña a saber prescindir de cosas que pueden esclavizarnos…

Con la resurrección, aprendemos del Maestro el valor que puede tener el sufrimiento. Escribe Mounier: «Y sin ningún deseo de retórica o de presunción, agradezco a Dios haber sufrido cuando llegó la ocasión… no hay nada como el sufrimiento para reconciliarse con las cosas y con la vida misma.» Lo mismo dicen tantos otros que han sufrido. Pero lo dicen cuando se acaba el sufrimiento. Sólo cuando se termina, cuando se entiende —más o menos— que «convenía». Mientras tanto, sufrir y esperar. Pero esperar bien, ¡con esperanza! Después de la pasión viene la resurrección.

Señor, enséñame a sufrir, enséñame a esperar, enséñame a amar. Quiero ahora agradecerte expresamente algunos momentos de mi vida en los que he sufrido mucho (díselos en concreto, recuerda con él los momentos duros de tu vida pasada). Gracias por lo que me has concedido con ocasión de estas «malas temporadas». Que los momentos de dolor los pase más unidos a nuestra Madre.

Ahora puedes hablar con Dios con tus palabras, y quizá hacer tuya —y decírsela de nuevo— la oración de MacArthur, aplicada a ti o a alguien a quien quieres.

 

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