Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, Advocación Mariana. Siglos XIII-XIV.

Parece ser que es una copia de una pintura de Nuestra Señora realizada por San Lucas, que muestra a la Madre con el Niño Jesús. Los Padres Redentoristas llevaron su devoción por ella a Haití, de donde es patrona.

Lágrimas buenas

Hay personas de lágrima fácil, y otros de no llorar nunca. Pero aunque sea interiormente, es interesante pensar un momento qué nos hace llorar.

He perdido un libro de hace años que tenía por título Ligar con Dios. Sus páginas estaban escritas por cuatro o cinco chicas, si no recuerdo mal, todas gallegas, que habían ingresado como monjas de clausura. Sus historias eran divertidas y algo sorprendentes. Una de ellas acabó en el convento por unas lágrimas. Te cuento.

Estudiaba el último curso del colegio. Como siempre, aquel sábado había salido con su grupo a una discoteca. En esa ocasión, uno de los amigos había llevado unos porros. La animaron, y ella —llena de curiosidad— se fumó uno. Era el primero de su vida. Las caladas la colocaron un poco. Se puso muy contenta, eufórica. Tan contenta que no dudó en coger el teléfono y llamar a una monja de su colegio, que más que profesora era amiga y con la que tenía mucha confianza. Después de otras cosas… «Oye, que me he fumado un porro y estoy feliz», vino a decirle. Extrañada, observó que del otro lado no recibía respuesta. Aguzó el oído y se dio cuenta de que la otra —la monja— gimoteaba levemente. Aquel hecho la golpeó en lo más hondo: «Llora porque hago algo que me hace daño.» El mal la hacía llorar. Éste fue el comienzo de un camino de descubrimientos que le llevaron hasta el convento.

¿Me hace llorar el mal? Jesús también llora. Lágrimas que salen del Corazón de Jesús: las causadas por la muerte de su amigo Lázaro, y las que derrama desde el monte de los olivos, frente a la ciudad de Jerusalén, porque se resisten a escucharle y convertirse, y como consecuencia será destruido el templo y el pueblo judío sufriría deambulando sin un rumbo claro.

Es bueno que el mal nos haga llorar. No sólo el mal físico, sino también el espiritual. Que nos duela el corazón cuando un amigo se destruye, un pariente vive una mala vida, cuando sabemos de robos avariciosos y de abusos de cualquier tipo, cuando en la calle vemos pobreza, publicidad que corrompe a inocentes, injusticias, violencia de corazones que odian, delincuentes que se mueven en la espiral del sinsentido…

¿Y cómo no llorar por el mal que libremente hago yo cada día?

No quiero decir que tengamos que convertir el mundo en un vaso de lágrimas… Todo lo contrario: los cristianos somos alegradores de vidas. «Estad alegres, os lo repito, estad alegres», escribe san Pablo a los de Filipo. Como decía Teresa de Calcuta, «nada os llene de dolor o pena como para haceros olvidar la alegría del Señor Resucitado». Pero es compatible esta alegría con el dolor por el mal. La insensibilidad es mala, la insensibilidad habla de un corazón narcotizado.

Jesús, que nuestro corazón vibre con el bien y se duela con el mal, como el tuyo. Quita las costras de suciedad que no me permiten derramar lágrimas de amor. Te pido que odie el mal con todas mis fuerzas, y que cada día ame más el bien, y a ti que eres el principio de todo bien. Padre nuestro, líbranos del mal. Amén.

Ahora te toca a ti hablar a Dios con tus palabras, comentándole lo leído o lo que quieras. Repasa con él si te alegra lo bueno y te hace llorar lo malo. Termina, después, con la oración final.

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