Santa Isabel de Hungría, Reina. 1207-1231.

Siendo casi una niña, se casó con Luis de Turingia, a quien dio tres hijos, y al quedar viuda, se retiró al cuidado de los pobres y más necesitados, muriendo con 24 años.

El dormitorio y la muerte de san Ignacio

Los primeros cristianos llamaban dormitorios a los cementerios, porque sabían que aquéllos eran los lugares donde dormían o descansaban los cuerpos hasta el día de la resurrección. Seguimos viviendo, aunque el cuerpo descansa por un tiempo.

Dormirse bien, morir con paz, no depende tanto de una preparación inmediata, de «cursillos para morir bien», sino de que las horas y años precedentes se hayan vivido unidos a Dios. Cuentan la paz y felicidad con la que murió san Ignacio. «Los poquísimos jesuitas que estaban en la cabecera de Ignacio moribundo estaban “turbados” por la ausencia de esos gestos que uno se espera de un fundador al final de su vida: llamar a sus colaboradores, darles sus últimos consejos, nombrar su sucesor… Ignacio no pensó nunca en gobernar “su” compañía, sino la Compañía de Jesús. Los jesuitas se quedaron sorprendidos de que Ignacio muriera sencillamente, “como una persona común”».

Algo parecido cuentan del modo de morir su buen amigo san Francisco Javier, también jesuita. «El único testigo de la muerte de Francisco Javier nos dice que era feliz en el momento de su solitario tránsito, pues estaba convencido de que le había llegado el momento de encontrarse con Aquel que durante su vida había sido su Señor y compañero.»

Dios mío, san Ignacio preparó su muerte repitiendo cada día esta oración que ahora te digo yo: «Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; tú me lo diste, a ti, Señor, te lo devuelvo; todo es tuyo, dispón de ello según tu voluntad; dame tu amor y gracia, que ésta me basta.» A ver si puedo decírtela cada día, Señor.

Ahora puedes seguir hablando a Jesús con tus propias palabras, comentándole la confianza que tienes o te gustaría tener en que Él te llamará en el mejor momento, en el que más te convenga… y abandónate en su manos. 

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