San Hilario de Poitiers, Obispo y Doctor de la Iglesia. Siglo IV

Luchó contra el arrianismo, por lo cual fue desterrado 4 años a Frigia. Compuso unos comentarios muy célebres sobre los Salmos y sobre el evangelio de san Mateo.

El delito de contar los delitos

«Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?», dice el salmista (Salmo 130). La verdad es que la pregunta tiene algo de retórico pues, efectivamente, nadie podría resistir. Si Dios sacase papel y fuese anotando cada uno de nuestros delitos… ninguno de nosotros podría resistir delante de él.

Gracias a Dios, sabemos que él no va anotando en una lista de agravios todas nuestras tonterías. Sabemos que nos quiere, que perdona y olvida. O mejor: no sólo olvida, sino que anula nuestros pecados con su perdón. De otra manera viviríamos avergonzados, tristes y humillados. Pero como Dios no es así, podemos comenzar de nuevo cada día, nos sabemos comprendidos y excusados por Dios, que nos mira a cada uno como a la niña de sus ojos (cfr. Salmo 17).

Pero (atentos a este «pero’) también podríamos decir: «Si yo llevo cuenta de los delitos, ¿quién podrá resistir?» Que si fulano me dijo no sé qué, que si llegó tarde, que si no me hizo caso, que no me entendió…; así vamos acumulando «delitos» que los demás han cometido contra nosotros. ¿Quién podrá resistir? Curiosamente, la respuesta es la misma: nadie. ¡Qué horror cuando somos de los que perdonamos y no olvidamos, de los que guardan lista de agravios! Los cristianos hemos aprendido de Dios cómo tratar a los demás: hay que tratarles como él nos trata.

Cuando nos enfadamos con alguien, puede activarse nuestra mente levantando la escotilla de recuerdos-basura que en un momento nos invaden: «sí, porque el otro día también dijiste que…, y la semana pasada fuiste a tal e hiciste esto otro…, y el año pasado…, y siempre que tal… tú haces así, y…». Y salen tantos «delitos» que tengo guardados en mi corazón. Atesorarlos es guardar veneno.

El problema no está en que los demás fallen y se equivoquen conmigo, que hayan hecho o dicho cosas desafortunadas o injustas para mí. Todos los hombres lo hacemos porque somos imperfectos. El problema no está en que los demás cometan «delitos», sino que el verdadero «delito» está en mí… que llevo cuenta de los delitos. No es justo comportarse así con los demás, no es el trato que necesitan ellos.

Cuentan de un monje que tuvo una aparición. Estaba confundido, pues no sabía si ese ser sobrenatural era Jesús o el demonio. Fue a decírselo rápidamente a su confesor. Éste le dio un sabio consejo: si volvía a ocurrir, debía preguntarle cuáles habían sido los pecados de su última confesión. Cuando se le apareció de nuevo, el monje le preguntó: «Dime cuáles han sido los últimos pecados de los que me confesé». La respuesta fue: «No lo sé, porque ya están perdonados, no sólo los he olvidado sino que no existen». Supo entonces que era Jesús. No sé si este hecho sucedió —supongo que no— o es una historia que se cuenta por su moraleja, pero lo que dice sí es verdad. Dios hace «borrón y cuenta nueva» cuando pedimos perdón. Yo debo aprender a hacer «borrón y cuenta nueva». Como hace mi Padre Celestial.

«Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?» Gracias porque no llevas cuenta de nuestros delitos. Pero ahora mismo, ahora y con tu ayuda, quiero romper todas las listas, resentimientos, rencores y enfados que guardo hacia otros. Te digo que me ayudes porque algunos de ellos están en el fondo de mi corazón, tan en el fondo que ahora ni siquiera sé que están ahí, pero seguro que están. Límpiame, Jesús, de todo mal, haz un reset y limpia mi disco duro.

Puedes continuar hablándole con tus palabras: insístele en pedirle ayuda para que limpie tu disco duro, para no llevar la cuenta de delitos. ¿Llevas esa cuenta con alguna persona en concreto?

Ver todos Ver enero 2022