Santa Inés de Montepulciano, Religiosa. Siglo XIV.

Hija de la toscana familia Segni, fundó a los 15 años junto a su maestra de convento un monasterio en Proceno, que seguirá las huellas y el espíritu de Santo Domingo. Poco después, el obispo del lugar la nombra abadesa.

El ser sin rodillas

Hubo un tiempo en que parecía poco natural que los cristianos nos arrodillásemos al orar. Como si estar ante Dios sentado o de pie significase un trato con Dios más de tú a tú. Cada postura tiene su significado. La de arrodillarse también. Recordarla hoy, puede ayudarnos a tener presente su sentido cuando recemos arrodillados.

El pueblo hebreo era un pueblo sencillo, formado por pastores. Su idioma era también sencillo y muy concreto. No hay palabras para ideas abstractas. Por eso, los conceptos más abstractos de la vida del hombre solían representarlos por partes del cuerpo. Así, los deseos eran designados por el corazón, los riñones designaban el dolor, los lomos designaban los deseos, el seno materno designaba la misericordia… y las rodillas designaban el poder, la fuerza.

Por eso, para un hebreo doblar las rodillas significaba entregar el poder. Al doblarlas ante Dios, los judíos hablaban con su cuerpo: expresaban que doblaban las propias fuerzas ante Dios, reconociendo así su gran poder. La voluntad del que se arrodilla se somete a la voluntad de Dios. El poder de la propia libertad se dobla ante la voluntad todopoderosa y buena del Creador.

Los cristianos mantenemos este gesto, con el mismo sentido: es un gesto de adoración, y puede manifestar también súplica y arrepentimiento. El gesto corporal va acompañado de un sentido espiritual que es el de la adoración. Uno se arrodilla porque quiere adorar, y si uno quiere adorar lo expresa con su cuerpo arrodillándose. Adoramos con nuestro espíritu y con nuestro cuerpo. La adoración es uno de esos actos fundamentales que afectan al ser humano en su totalidad. Por eso, doblar las rodillas en la presencia del Dios vivo es algo a lo que no podemos renunciar.

Eusebio de Cesarea cuenta en su Historia Eclesiástica, que Santiago, el «hermano del Señor», el primer obispo de Jerusalén y «jefe» de la Iglesia judeocristiana, tenía una especie de piel de camello en las rodillas porque siempre estaba de rodillas, adorando a Dios y suplicando el perdón para su pueblo (2 23,6).

Los Padres del desierto cuentan una ocasión en la que el diablo fue obligado por Dios a presentarse ante un tal abad Apolo. Su «aspecto era negro, desfigurado, con miembros de una escualidez espantosa y, sobre todo, no tenía rodillas. La incapacidad de arrodillarse aparece, por decirlo así, como la esencia misma de lo diabólico» (Ibi., p. 218). Es impresionante: ¡el diablo se representa como quien no tiene rodillas!

Es importante que recemos de rodillas. Los Hechos de los Apóstoles nos narran la oración de rodillas de san Pedro (9, 40), de san Pablo (20, 36) y de toda la comunidad cristiana (21, 5). También san Esteban. El primer mártir cristiano es presentado en su sufrimiento como la imagen perfecta de Cristo, cuya pasión se repite en el martirio del testigo, incluso en sus detalles. Esteban, de rodillas, hace suya la petición de Cristo crucificado: Señor, no les tengas en cuenta este pecado (Hch 7, 60).

Al llegar a una iglesia, en la consagración de la misa, después de comulgar, la oración nada más levantarnos —el ofrecimiento de obras—, al rezar por la noche las oraciones —las tres avemarías—, son buenos momentos para hacerlo de rodillas. Así, nos unimos a la oración de Jesús, y decimos con nuestro cuerpo también que le adoramos, que le entregamos todo, que suyo es el poder, que nuestro poder es suyo.

Señor, que ante ti se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra, y en los infiernos, y toda lengua confiese: Cristo Jesús es Señor, para gloria de Dios Padre. (Filipenses 2, 6-11). También yo quiero arrodillarme, y así, con mi cuerpo y con mi espíritu, reconocer que sólo tú eres mi Señor.

Ahora puedes repasar con él si rezas de rodillas, cuándo puedes hacerlo, y decirle que lo quieres hacer conel sentido que tiene.

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