San Alfonso María de Ligorio, Fundador, Obispo y Doctor de la Iglesia. Siglo XVIII.

De familia noble napolitana, fue un hombre de una personalidad extraordinaria: noble y abogado; pintor y músico; poeta y escritor; obispo y amigo de los pobres; fundador y superior general de su congregación; misionero popular y confesor lleno de unción; santo y doctor de la Iglesia. 

¡El mes de los enamorados del amor-tranquilo!

Un día al año se celebra el día de los enamorados. Pero no nos debe despistar este día. Los enamorados no viven siempre entre encendidos sentimientos. Lo más ordinario —por frecuente— es que la relación amorosa se sienta como amor-tranquilo. ¡Y menos mal! Te propongo que este mes celebremos el mes de los enamorados del amor-tranquilo. Me explico.

«Lo más peligroso que podemos hacer —advierte Lewis— es tomar cualquier impulso de nuestra propia naturaleza y ponerlo como ejemplo de lo que deberíamos seguir a toda costa. Estar enamorado es bueno, pero no es lo mejor. Hay muchas cosas por debajo de eso, pero también hay cosas por encima. No se lo puede convertir en la base de toda una vida. Es un sentimiento noble, pero no deja de ser un sentimiento. No se puede depender de que ningún sentimiento perdure en toda su intensidad, ni siquiera de que perdure. El conocimiento puede perdurar, los principios pueden perdurar, los hábitos pueden perdurar, pero los sentimientos vienen y van. Y de hecho, digan lo que digan, el sentimiento de estar enamorado no suele durar. Si el antiguo final de los cuentos de hadas y vivieron felices para siempre se interpreta como y sintieron durante los próximos cincuenta años exactamente lo que sentían el día antes de casarse entonces lo que dice es lo que probablemente nunca fue ni nunca podría ser verdad, y algo que sería del todo indeseable si lo fuera. ¿Quién podría soportar vivir en tal estado de excitación incluso durante cinco años? ¿Qué sería de nuestro trabajo, nuestro apetito, nuestro sueño, nuestras amistades? Pero, naturalmente, dejar de estar enamorados no implica dejar de amar.»

El amor-tranquilo es la forma más frecuente de sentir el amor a lo largo de la vida. Es lo que solemos llamar «quererse». No es propio de una edad determinada, no es sólo la forma de vivir el amor de los viejos; es bueno tender a él desde el principio.

Amar sin enamoramientos, amar sin llamaradas, sin explosiones afectivas; amar sintiendo… sintiendo nada, nada especial, nada más que tranquilidad, paz, estar en mi sitio, estar con quien comparte todo conmigo, con quien quiero hacer feliz, con quien me importa más que yo mismo. De forma expresiva me comentaba una periodista conocida:

«Me parece muy peligroso que algunos se casen sólo porque están enamorados, sin quererse (amor tranquilo) todavía. Si uno/a no ha llegado a aburrirse con uno/a señor/a un poco o un poquito y ha discutido también lo suyo… creo que no debe casarse uno, por si las moscas… No es bueno ir sólo con la nube del enamoramiento, y menos al matrimonio.»

Decía Mounier: «Ya ves, es necesario a cualquier precio que hagamos algo por nuestra vida. No lo que los demás ven y admiran, sino la proeza que consiste en imprimir el infinito en ella.

Sería un error considerar este modo de vivir el amor como algo inferior. El amor-tranquilo tiene su importante papel.

La representación del amor que nos proponen las historias de ficción, en el cine y en la literatura, muchas veces es engañosa y deformada. En la cultura occidental, llevamos más de un siglo presentando el amor como conquista. Lo que se subraya, casi exclusivamente, es el momento pasional. La boda es el final de la película. La idea del amor se reduce, así, al flechazo. Las películas ponen el final en el matrimonio, en el comienzo del compromiso, cuando realmente casi es ahí cuando empieza: en el día a día se irá haciendo verdad.

El flechazo, el enamoramiento, es más bien el proyecto que hay que hacer verdad; esto es, hay que realizar —hacer que sea real—, en el alma y en la vida de los amantes, ese amor. En el amor vivido como amor-tranquilo, en la monotonía circunstancial de lo cotidiano, de lo ordinario, lo voy haciendo verdad.

«¡Felices aquellos cuyos días son todos iguales! —exclama Unamuno—. Lo mismo les es un día que otro, lo mismo un mes que un día, y un año lo mismo que un mes. Han vencido al tiempo; viven sobre él, y no sujetos a él. No hay para ellos más que las diferencias del alba, la mañana, el mediodía, la tarde y la noche; la primavera, el estío, el otoño y el invierno. Se acuestan tranquilos esperando el nuevo día, y se levantan alegres a vivirlo. Vuelven todos los días a vivir el mismo día.»

Quiero, Señor, cuidar mis amores durante este mes. Quiero vivir el mes de los enamorados del amor-tranquilo: ¡cuántas ocasiones tendré! Enséñame a amar así a los míos, a quererles.

Puedes ahora seguir hablando con Dios acerca de cómo vivir este mes. Ponte en sus manos, y convéncele de que te enseñe a amar más y mejor durante las próximas semanas, que te haga descubrir el amor-tranquilo… con cada uno de los de tu familia, con tus buenos amigos.

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