San Juan Crisóstomo, Obispo y Doctor de la Iglesia. Siglo V.

Obispo de Constantinopla. Sufrió el destierro por la facción de sus enemigos, y al volver del exilio murió como consecuencia de los maltratos recibidos de sus guardas durante el camino de regreso. Patrono de los predicadores.

El orinal idealizado

En un centro de enfermos mentales, uno de los ingresados tenía un orinal que, aunque en sí mismo no tenía ningún valor, para él suponía una riqueza inigualable. Era de aluminio y estaba lleno de abolladuras. El médico escribe: «Sin parientes ni amigos, abandonado en un hospital de beneficencia, todas sus posesiones terrenas aparte el exiguo vestuario consistían en este utensilio que idealizó: “de plata peruana purísima, trabajada a mano, por eso no brilla.”

»Único tesoro, posesión preciada, objeto amado, pedestal para su orgullo. También fuente de angustia, por temor a la codicia ajena. Aunque dispone de armario con llave prefiere llevarlo consigo, “así estoy seguro de que no me lo roban, hay mucho desaprensivo.”»

Después de unas reformas en el hospital, la dirección decidió retirar todo este tipo de objetos que no eran imprescindibles. Cuenta el médico: «Ataúlfo reclamó el suyo afirmando que era “propiedad particular”. —Pero hombre, si ya no lo necesita, tiene baño, retrete con ventilación directa, bidé, todo. La monja de la sala argumentaba queriendo eliminar aquel estorbo. Inútil. Ataúlfo no soltaba su bacinilla. Al fin expuso el motivo: “Comprenda, hermana, un archiduque sólo puede usarlo de plata.” Inapelable.

»La monja —continúa—, que era una santa, optó por transigir. En aquella comunidad de monjas había de todo. La santidad de ésta no es una frase, y este episodio lo demuestra. Para no privar al enfermo de un capricho patológico, el perico tenía que limpiarlo ella casi todos los días; y no hace ninguna gracia cuando se sabe que además no es indispensable.»

El Señor enseña que el Reino de los cielos está reservado únicamente a los que quieren ser pobres. ¿A qué pobres se refiere? Porque todos hemos conocido pobres que son ricos, y ricos que son pobres. La pobreza y la riqueza no dependen de la cantidad de dinero del que se dispone. El protagonista del caso del orinal era un enfermo, pero hay muchos sanos que también viven así, con sus cosas idealizadas, apegados a ellas, no dispuestos a prescindir de eso… porque son sus riquezas.

Jesús no declara bienaventurados a los pobres materiales. En la Biblia la pobreza tiene este sentido más profundo: habla de los pobres de espíritu. Los pobres son los anawin: los que esperan en el Señor. También lo dice san Juan Crisóstomo, que los buenos pobres de espíritu son los humildes y contritos de corazón, los que se saben indigentes ante Dios y esperan en su misericordia. Ellos ponen su destino en la posesión del cielo, sólo el cielo es seguro, ¡la riqueza del cielo!

Dice san Pablo que la raíz de todos los males es la avaricia (1 Timoteo 6, 9). Nuestros primeros padres desearon antes la fruta que el mandato de Dios. Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. Nuestro corazón debe estar en el cielo, sólo así podremos ponerlo en su justa medida en las cosas de la tierra. El secreto de la pobreza de espíritu es el amor a Dios. Si este amor se enfría, entonces aparece el capricho, la compensación, el apegamiento.

Ocurre que aun teniendo riquezas se puede estar triste porque el origen de la alegría es el amor, no el dinero. El joven rico se fue triste a pesar de tener muchas posesiones. «No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corroen y donde los ladrones socavan y los roban» (Mateo 6, 19). Lo que queda es el amor. Como dice san Juan de la Cruz, al final de la vida nos examinarán del amor.

Necesitamos aprender a ser pobres y para ello lo mejor es vivir sobria y templadamente. Sí: sobria y templadamente. No nos resulta fácil: todo nos invita a consumir y tener siempre más cosas y mejores, porque si no parece que te quedas fuera; al menos, tener todo lo que puedo tener. Es decir, que si no tengo algo es porque no puedo; si pudiese, por supuesto que lo tendría.

La pobreza de espíritu no es menos exigente ni menos dura que la pobreza material. De hecho, quien practica la primera no teme la segunda, ni se rebela si la sufre. «He aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé vivir en pobreza y vivir en la abundancia, estoy acostumbrado a todo y en todo lugar, a la hartura y a la escasez, a la riqueza y a la pobreza. Todo lo puedo en Aquél que me conforta» (Filipenses 4, 11).

La preocupación de Jesús nos la dijo con mucha claridad: «No andéis preocupados… bien sabe vuestro Padre celestial que de todo estáis necesitados. Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todas esas cosas se os darán por añadidura» (Mateo 6, 31).

Pero todavía hay más. La pobreza de espíritu debe llegar al desprendimiento de uno mismo. «Dices soy rico… y no sabes que eres un desdichado» (Apocalipsis 3, 17). No es una pérdida sino una ganancia, porque «si no soy yo entonces es Cristo quien vive en mí» (Gálatas 2, 20).

Señor, quiero ser pobre de espíritu. Ayúdame a vaciarme de mí mismo, y así seré bienaventurado.

Puedes hablar ahora con él si tienes algún «orinal» idealizado. A veces son costumbres que no estamos dispuestos a abandonar, o cosas que nos tienen tomada la cabeza, que nos hacen andar preocupados… Comenta si lo primero que buscas es el Reino de Dios y su justicia… o son otras cosas.

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