San Alberto Magno, Dominico y Doctor de la Iglesia. 1193-1280.

Fue un destacado teólogo, filósofo y hombre de ciencia, sumando una humildad y pobreza ejemplar. Maestro de Sto.Tomás de Aquino. Mereció el título de “Magno” y de “Doctor Universal”. Patrono de los científicos.

Una boda especial

Me contaban: «Recuerdo la primera boda a la que asistí, recuerdo que me quedé algo perplejo. Tras la boda hubo una cena en Viveros; al final, despedimos a los recién casados. Ella lloraba bastante en la despedida. Y a la vuelta del viaje de novios, contaba él que los lloros de ella duraron casi todo el viaje. No lo entendía: por fin se casa —pensaba— y cuando ya puede irse con quien tanto ama, en vez de irse contenta se va entre llantos.

»Después lo entendí: por un lado ella estaba triste porque dejaba la familia de sus padres; por otro lado estaba muy contenta, pues se iba a vivir con su marido —con su Paco, decía ella—.»

Me parece que la muerte pone a los cristianos en una situación parecida. Duele el desgarro de la separación del alma y el cuerpo, es triste dejar este mundo, tantas personas queridas y proyectos e ilusiones. Pero, por otro lado, comporta la alegría de irse a vivir ya definitivamente con nuestro Padre Dios.

Esta idea de comparar la muerte con una boda no es mía, por supuesto. La aprendemos en la Escritura: «¡Que viene el Esposo! ¡Salidle al encuentro!», dice el Evangelio como grito en el marco de una boda. La muerte no es algo que nos ocurre, algo que nos pasa; la muerte es alguien que nos llama, es alguien que llega. En el Cantar de los Cantares pone en boca del amado las palabras con las que Dios llama a cada persona en el momento de su muerte: «Me dice mi amado: ¡Levántate deprisa, amiga mía, hermosa mía, y vente al campo! …Ha llegado la primavera, el tiempo bello, la hora de la poda, la voz de la tórtola… Levántate, amiga mía. Ven. Muéstrame tu rostro. Suene tu voz en mis oídos…»

Así decía, por ejemplo, santa Teresita enferma poco antes de morir: «Volaré entre los brazos y entre los besos de María… ¡cómo gozará mi alma con el primer beso que me dé! Jesús, tu primera sonrisa, dámela a gustar pronto… Oír tu voz dulce y pura, ver de tu cara la hermosura… ¿cuándo será esta visión?»

Por eso los cristianos morimos con serenidad, y acompañamos a los moribundos con serenidad. Como sacerdote he tenido que acompañar a muchas personas en el momento de su muerte, y lo tengo clarísimo: habitualmente, morimos como vivimos. Quien vive sereno y confiado en Dios, muere sereno y confiado en Dios; quien vive agradeciendo, muere agradeciendo; quien vive entre quejas y enfados, muere enfadado y quejándose. ¡Con qué ilusión me han preguntado tantos moribundos por el cielo! ¡Con qué poca fuerza en su voz, y con cuánta pasión en su alma esperaban el encuentro para el que habían vivido tantos años! No sé si sonará a provocación, pero no me lo voy a callar: ¡qué bonita es la muerte de los cristianos!

Señor, amo la vida y deseo vivir, pues tengo que hacer muchas cosas por ti y por los demás aquí. Pero que no tenga miedo a la muerte: es como una boda, pasar ya a vivir contigo, un encuentro a partir del cual ya nos veremos cara a cara. Gracias.

Ahora puedes seguir hablando a Jesús y María con tus propias palabras, comentándole algo de lo que has leído. Después termina con la oración final. 

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