Todos los Fieles Difuntos.

La Iglesia se interesa por las almas de todos los difuntos desde el principio del mundo, cuya fe sólo Dios conoce, para que, purificados de toda mancha del pecado puedan gozar de la visión de la felicidad eterna.

Mil toneladas de latas

Hoy celebramos el día de Todos los Fieles Difuntos.

En el ayuntamiento de la pequeña población de Leioa llevaron a cabo una acción solidaria que consistía en recoger mil toneladas de latas de comidas en conserva para enviarlas a un país del tercer mundo con hambruna. Los que tenían daban a los que no tenían.

Es bueno plantearse el mes de noviembre como un mes solidario. La Iglesia nos propone a todos los cristianos que, en vez de latas, ofrezcamos muchas pequeñas cosas por las almas que están en el purgatorio. ¿Qué ofrecer? Pequeños sacrificios, tiempo de estudio o trabajo, luchar por ser puntual, ayudar a poner la mesa, levantarse a por el teléfono, dar limosna más generosa, algún misterio del rosario, no quejarme, sonreír, callarme algo que puede molestar, vencer la pereza que me impide asistir con más frecuencia a Misa… La Iglesia nos recuerda que estamos unidos a ellos y nos anima a implicarnos, a ser solidarios.

¿Para qué? Regalamos eso a Dios de parte de las personas que están en el purgatorio, merecemos (nuestras latas) para que se beneficien los que están en ese tiempo de purificación, de limpieza, y así queden limpios antes y acorten su tiempo de separación de Dios.

«¡Contamos contigo!», es el lema de noviembre. Fomentemos la ilusión de sacar muchas almas del purgatorio cada uno, de dejarlo vacío a lo largo de este mes. Por eso era tradición que todos los sacerdotes celebrasen hoy tres misas por los difuntos. Y es tradición acercarse hoy al cementerio donde están los restos mortales de nuestros familiares para rezar por ellos.

Comentaba Benedicto XVI que ha sido siempre una convicción fundamental del cristianismo que nuestro amor puede llegar hasta el más allá; los cristianos sabemos que estamos en relación con los que ya han muerto y podemos darles y recibir de ellos, desde el principio hemos creído que nuestro cariño continúa uniéndonos y obrando después de que la muerte nos separe. «¿Quién no siente la necesidad de hacer llegar a los propios seres queridos que ya se fueron un signo de bondad, de gratitud o también de petición de perdón?»

¡Caramba! O sea, ¿qué es posible intervenir en la vida de otro cuando está en el encuentro con el Señor purificándose en el purgatorio?, ¿cómo podemos intervenir? Y responde el Papa recordando esta verdad misteriosa: «Deberíamos darnos cuenta de que ningún ser humano es una mónada cerrada en sí misma. Nuestras existencias están en profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples interacciones. Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo. En mi vida entra continuamente la de los otros: en lo que pienso, digo, me ocupo o hago. Y viceversa, mi vida entra en la vida de los demás, tanto en el bien como en el mal. Así, mi intercesión en modo alguno es algo ajeno para el otro, algo externo, ni siquiera después de la muerte. En el entramado del ser, mi gratitud para con él, mi oración por él, puede significar una pequeña etapa de su purificación.» Así es. Quizá conviene releer esta respuesta de Benedicto XVI: nuestra cultura nos enseña que cada uno vivimos nuestra vida, que no debemos nada a nadie y que sólo nosotros decidimos sobre nosotros mismos; sin embargo, por la fe sabemos que no es así: ¡todos estamos unidos!

Dios mío, te pido por todos los fieles difuntos. Que todos disfruten de ti en el Cielo. Durante este mes me gustaría ofrecerte muchas cosas (estudio, trabajo, sonrisas, sacrificios…) y rezar (ir con más frecuencia a Misa, etc.) para interceder por todos los que están en el purgatorio… hasta vaciarlo. ¡Escúchame, Señor!

Ahora es el momento de seguir hablando con Dios sobre esto. Concrétate algo, aunque sea una pequeñísima cosa pero concreta, para ofrecer a Dios todos los días durante este mes. Y queda con Dios en ofrecérselo. 

 

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