San Francisco Javier, sacerdote misionero jesuita. 1506-1552

Patrón de las misiones y de la Comunidad Foral de Navarra. Trabajó en la Compañía de Jesús y realizó una incansable labor de evangelización por todo el mundo.

La cadena invisible

«¡No te preocupes, que el perro está atado con una cadena!» Daba miedo la furia con que ladraba. En un instante todo lo largo de su columna parecía recubierto por púas de erizo negro. Parecía difícil que resistiera la cadena y el muro… ¡Qué ganas mostraba por abalanzarse hasta la presa, que en esa ocasión éramos nosotros, e hincarnos bien sus largos y afilados colmillos!

¡Cuántos cristianos que desean de veras ser santos, amar a Dios y a los demás, que ponen los medios y esfuerzo por conseguirlo, no pueden! Y es porque hay una cadena invisible que ata el alma: esta cadena es la riqueza, las comodidades, los caprichos, el estar pendiente de montárselo, el procurar siempre el mejor plan o lo que más apetece… Cuando vivimos así, va muriendo la posibilidad de conectar con Dios y de sintonizar con los demás.

Santa María, siendo la Madre de Dios, es pobre. Tanto es así que el Niño Jesús tiene que nacer en un pesebre. Ser pobre de espíritu no es no tener, sino estar desprendido: es no comprar todo lo que puedo sino lo que hace falta; a veces escoger lo barato, aunque me guste menos; cuando estoy con otros elegir para mí lo que otros no quieren (la silla en lugar del sillón, mortadela en lugar de jamón, etc.); no gastar el dinero en caprichos; comer lo que no me gusta; no quejarme cuando falta algo; etcétera.

Madre buena, enséñame a vivir la pobreza como tú la vivías. Esas cadenas invisibles, por pequeñas que parezcan, me atan y no me dejan amar, no me permiten mirar y descubrir a Dios y a los demás. Ayúdame a cortarlas. Gracias.

Puedes hablar con él las posibles cadenas que te atan. Cuenta con María para cambiar lo que él te sugiera.

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