San Doroteo de Gaza, Asceta. Siglo VI-VII.

En su infancia y adolescencia tenía pánico a los estudios, pero al entrar en el monasterio se entregó de lleno a ellos. Llegó a ser abad y escribió libros ascéticos acerca de la vida monástica.

La leyenda de los siete durmientes de Éfeso

«El emperador dejó la ciudad de Cartago y se retiró a Éfeso, donde ordenó construir en el centro de la ciudad un templo, en el que colocó los ídolos, ordenando al pueblo que los adoraran y les ofrecieran sacrificios. El que no lo hiciera sería ejecutado. Por este motivo, muchos jóvenes fueron crucificados y expuestos en las murallas de Éfeso.

»Decio mandó prender a siete jóvenes, escogiéndolos entre las familias más importantes de Éfeso. Los nombres de estos jóvenes eran: Maximino, Aplico, Diano, Martino, Dionisio, Antonio y Juan. Como no se postraban ante los ídolos, los espías del emperador lo pusieron al corriente del hecho. Decio montó en cólera y ordenó encarcelarlos. Teniendo que marchar a una expedición, el rey los mandó liberar con la idea de tomar una resolución a su vuelta.

»Una vez que marchó de la ciudad, los jóvenes tomaron todo aquello que poseían y se lo entregaron a los pobres. Después se retiraron a un monte escarpado al este de Éfeso. Había una gran caverna y allí se escondieron. Todos los días, por turno, uno de ellos bajaba al pueblo a buscar comida y a recoger noticias. Decio volvió y preguntó por los jóvenes. Le dijeron que estaban en el monte en una cueva. Ordenó obstruir la entrada para que murieran. Pero Dios envió a los jóvenes un sueño profundo y se durmieron. Parecían muertos. Pusieron sellos de plomo y cerraron la puerta de la cueva.

»Trescientos setenta años después, en el octavo año del reinado del emperador Teodosio el Grande, reaparecieron los jóvenes. Los pastores de aquella zona, con el transcurso del tiempo, habían ido removiendo los ladrillos que tapaban la boca de la cueva hasta lograr una abertura como una puerta. Los jóvenes pensaban que habían dormido sólo una noche, de tal manera que decían:“Ve a comprar comida y tráenos noticias de Decio.”

»El que fue no podía dar crédito a sus ojos. Se los frotaba pensando que estaba soñando al ver en la ciudad una cruz victoriosa. Pensaban que habían extraviado el camino y que ésa no era la ciudad de Éfeso. Tomó una moneda y fue al panadero a buscar el pan. El panadero, al verlo vestido de forma extraña y con una moneda del tiempo de Decio, se turbó y pensó que había encontrado un tesoro. Por eso le dijo: “¿Dónde has encontrado esa moneda?” El joven no respondió, y el panadero llamó a los vecinos. Se juntó mucha gente que le hacía preguntas al joven, pero este no respondió.

»Lo llevaron ante el gobernador de la ciudad, de nombre Antípatro, pero no respondió una palabra, a pesar de las amenazas. Ni siquiera respondió a Marcos, obispo de la ciudad. Le torturaron y, en medio del dolor, dijo: “¿Dónde está el rey Decio?” Le contestaron: “Ha muerto.” Muchos otros han reinado después, y ahora la religión oficial es el cristianismo y nuestro emperador es Teodosio.

»Tranquilizado, contó lo que había sucedido. Fueron a la cueva y encontraron a los compañeros, los sellos y las láminas de plomo escritas por Tadeo, el secretario de Decio. Maravillados, los habitantes de Éfeso escribieron a Teodosio contándole la historia. Teodosio se puso inmediatamente en camino, llegó a Éfeso y habló con ellos. Tres días después, los jóvenes fueron a la cueva y allí les sorprendió la muerte. El emperador Teodosio ordenó darles sepultura en la cueva, construyendo sobre ella una iglesia en su nombre. Y comenzó a celebrarse en su honor todos los años una fiesta. Después, el rey Teodosio marchó a Constantinopla.»

Se trata de una leyenda, no de algo que necesariamente haya ocurrido. Lo he copiado de los anales del Patriarca Eutiquio, de Alejandría. Pero nos habla de una verdad que estaba muy presente en los primeros siglos de la Iglesia: aquellos jóvenes quisieron ser fieles; tuvieron que huir, esconderse y malvivir, pero al final… la victoria es de Jesucristo. Sí, Jesús ha resucitado, ha vencido la muerte, el amor ha vencido el odio, el bien al mal. Aunque a veces nos toque ver derrotas del bien y del amor, derrotas de Jesucristo y su mensaje, sabemos que la victoria final es de Cristo.

Jesús resucitado, que vivamos con una fuerte esperanza. Que no nos ciegue el día a día: que hagamos lo que tenemos que hacer, el bien, y que sepamos esperar.

Ahora te toca a ti hablar a Dios con tus palabras, comentándole lo leído o lo que quieras.

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