San Gregorio Magno, Papa y Doctor de la Iglesia. Siglo VI-VII.

Verdadero pastor, propagó y reafirmó la fe por doquier, para lo cual escribió muchas obras sobre temas morales y pastorales. Organizó el canto litúrgico, que hoy seguimos llamando “canto gregoriano”.

Foto robot de la felicidad

La pregunta más comprometida y esencial que se puede hacer a alguien es ésta: ¿eres feliz? A todos los famosos se la hacen, parece que es obligado preguntarlo en cualquier entrevista que se precie. ¿Qué vas a responder? Pues que sí, que por supuesto que soy feliz. Pero contestar sinceramente a esa pregunta llevaría horas y seguramente tendría sus momentos de ojos mojados.

Feliz, bienaventurado, dichoso, alegre, afortunado… Ahí está la clave. Un día, en una montaña, Jesús ofreció una lista de bienaventuranzas, una propuesta de vida feliz, un camino que hace dichoso a quien lo recorre. Nos proponíamos vivir alegres. Veamos hoy el camino explicado por el mismo Jesús:

«Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y, tomando la palabra, les enseñaba diciendo:

 Bienaventurados los pobres de espíritu,

porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados los mansos,

porque ellos poseerán en herencia la tierra.

Bienaventurados los que lloran,

porque ellos serán consolados.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,

porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos,

porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los limpios de corazón,

porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los que trabajan por la paz,

porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,

porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros» (Mateo 5, 1-12).

¿Sabes qué? Que en las bienaventuranzas hay un sujeto secreto. Quiero decir, son como una foto robot, describen los rasgos de una persona. Son el retrato de Jesús:

«Si andamos a fondo en las Bienaventuranzas, observaremos que siempre aparece el sujeto secreto: Jesús. Él es aquel en quien se ve lo que significa “ser pobres en el Espíritu”; él tiene el corazón puro, es el que lleva la paz, el perseguido de la justicia. Todas las palabras del sermón de la montaña son carne y sangre de él.»

Pero también son una llamada a que le imitemos. Así seremos felices.

Leía en una entrevista que hacían a un artista ateo: «Basta ya de hacer de la vida un infierno para alcanzar un cielo después.» Los que las viven son bienaventurados, son felices tanto en el cielo como en la tierra. Es la alegría de ser feliz en la tierra y tener seguro el cielo. La felicidad del cielo no se alcanza al precio de una vida desgraciada en la tierra. La felicidad del cielo es para los que saben ser felices en la tierra. La gracia divina es una incoación de la gloria eterna. La gracia de Dios nos ayuda a ser felices. Hay que desterrar la idea falsa de que la vida cristiana quita la paz y la alegría por lo que tiene de esfuerzo y lucha.

Ser feliz no se consigue con una vida acomodada sino con un corazón enamorado. Pero todo amor es una conquista, es algo que no se tiene y se debe alcanzar. Algo que se obtiene con esfuerzo. Por eso, lo que parece que es perder la vida porque se da, acaba siendo una ganancia porque se encuentra.

Gracias, Jesús, por las bienaventuranzas. Las voy a volver a leer viendo que tú estás en cada una de ellas: en ellas te describes a ti mismo. Gracias, porque así me resultará más fácil imitarte. Te pido que durante este mes me ilumines para entenderlas, para vivirlas. Quiero fiarme, Señor, y dejar que las bienaventuranzas me moldeen.

Puedes hablar con él ahora acerca de lo leído, y decirle que deseas vivir las bienaventuranzas: que a lo largo de este mes te las vaya descubriendo.

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