San Agustín, Doctor de la Iglesia. Siglo IV.

Se casó a los 17 años y tuvo un hijo, pero se convirtió gracias a San Ambrosio. Fue muy caritativo y llegó a ser Obispo durante 24 años y defendió con eficacia la fe católica contra las herejías. Escribió más de 60 obras muy importantes para la Iglesia.

El corazón con la flecha, y la cigüeña

Cuando unos novios expresan su amor en un árbol o en un papel lo hacen dibujando un corazón. No dibujan un hígado o un riñón, ni siquiera un cerebro que es el órgano más cualificado. En todas las culturas se ha utilizado el corazón porque es el único órgano que manda la sangre a todo el cuerpo. Los demás órganos sólo la reciben. No está mal pensado: el corazón expresa bien el amor porque amar es dar, no recibir.

En hebreo a la cigüeña se la llama «hassida» (afectuosa). Un día preguntaron a un rabino que si a la cigüeña se la llama afectuosa por el amor que tiene a los suyos, no entendía por qué al mismo tiempo se la colocaba en la categoría de los pájaros impuros. El rabino respondió: «Porque no ama más que a los suyos.»

Inteligente respuesta: quien ama da no sólo a los suyos.

El corazón, la cigüeña… y hay otro elemento pictórico frecuente que también nos enseña algo. Junto al corazón suele dibujarse una flecha que lo atraviesa. ¿Por qué? Quizá representa que amar es ser herido por otro, ser alcanzado por otro que entra en mí sin dificultad, como entra la punta de una flecha en la carne. Sí: amar es ser herido, exige sufrir y esforzarse por dar vida al otro… En el caso de Jesús, la flecha fue real, la lanza clavada por el soldado. Su corazón derramó físicamente sangre y agua. El Señor quiso derramar toda su sangre para que nosotros la bebiésemos y viviésemos por ella: «Éste es el cáliz de mi sangre, sangre derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados.» Está claro: la flecha nos enseña que amar exige saber sufrir por unirse al amado.

Así lo explica Michel Quoist:

«Si te extasías ante su belleza, esto sólo no es amor, es admiración.

»Si sientes palpitar tu corazón en su presencia, eso sólo no es amor, es sensibilidad.

»Si ansías una caricia, un beso, un abrazo, poseer de alguna manera su cuerpo, eso sólo no es amor, es sensualidad.

»Pero si lo que deseas es un bien aun a costa de tu sacrificio, enhorabuena: has encontrado el verdadero amor.»

Un músculo se mueve por impulsos eléctricos y por el contacto con otro músculo. Pongamos nuestro corazón en contacto con el corazón de Cristo como lo hizo el apóstol joven san Juan y así sabremos darnos del todo en una entrega generosa a los demás. Tendremos un corazón grande a fuerza de amar, un corazón donde quepan todas las almas.

Como decía san Agustín, a quien hoy celebramos, «mi amor es mi fuerza». Sí: cuando amamos, esa fuerza tiene un poder en nuestro actuar que «ama y haz lo que quieras», porque acertarás.

Durante este mes en algunos lugares se dan tormentas violentas y pasajeras, fuertes y de poca duración. Muchas veces producen más destrozos que beneficios: no calan los campos, no empapan la tierra… y dan paso enseguida a la sequedad y a la aridez del terreno. Son mejores las lluvias de invierno que sin brusquedades y con continuidad humedecen los campos y logran con el tiempo el fruto apetecido.

Señor, quiero dar, dar no sólo a los míos, seguir dando cuando me cueste sangre. No permitas que sea duro de corazón. Dame un corazón como el tuyo. Te pedimos, por intercesión de san Agustín, que tengamos sed de ti, y te busquemos como el único amor verdadero.

Comenta con él lo leído… y no dejes de insistirle en que convierta tu corazón: comprométete con él a apoyarte, como Juan, en su pecho… pasando algún rato delante de un sagrario.

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