Epifanía del Señor.

Siguiendo la estrella que los guía, llegan los tres Reyes Magos a Belén a adorar al Niño Jesús y le traen presentes. A través de estos hombres, Dios se manifiesta a todo el mundo, no solo al pueblo judío.

El mundo, la gran sala de « la fiesta de los regalos »

Celebramos hoy el día en que los Reyes Magos fueron a adorar a Jesús al poco de nacer. Pero estos reyes no eran magos en el sentido que hoy tiene esta palabra. No eran prestidigitadores, sino más bien personas pertenecientes a la tribu sacerdotal que se dedicaban a escrutar y estudiar los astros. Pertenecían a la casta de sabios que tenía mucha influencia en los emperadores sirios, caldeos y persas. Nosotros los conocemos como Melchor, Gaspar y Baltasar, quienes representarían a las razas conocidas hasta entonces por los judíos: la blanca, la árabe y la negra.

Los tres Reyes hicieron regalos. Ellos son los que empezaron con esta gran fiesta de los regalos que hoy vivimos en todo el mundo. ¡Qué barbaridad! Llevamos días comprando de todo y para todos. Sí: ¡la fiesta de los regalos!

Pero la verdad es que los tres Reyes no son los que empezaron. Ellos fueron los segundos. El primero que regala es Dios Padre: nos regala a su Hijo. Ahora está claro lo que pasa hoy: Dios entra en el mundo regalándonos el mejor don que podríamos recibir nunca, lo que jamás hubiéramos imaginado, lo que no nos habríamos ni siquiera atrevido a pedir: que Dios venga al mundo como hombre. Hasta ahora Dios era Dios y los hombres éramos hombres, cada uno en su sitio, sitio diferenciado y ajeno al del otro. Con este regalo la cosa cambia: Dios ahora es hombre, las parcelas han sido rotas, la divinidad ha entrado en la realidad hombre, y —¡esto es grandioso!— el hombre ha entrado en la parcela de Dios, la humanidad se ha introducido en la realidad divina. Le es posible a Dios ser hombre, y al mismo tiempo se nos ha regalado que al hombre le sea posible ser Dios, o mejor, vivir la vida de Dios. ¡Menudo regalo!

Y nos lo da sin merecerlo nosotros, gratuitamente. Entonces los hombres —los pastores que están por allí y los Reyes— se lo quieren agradecer haciéndole dones, ofreciéndole cosas. Pastores y Reyes… y nosotros.

La familias cristianas hemos aprendido de Dios que es bueno regalar, que todo lo que somos y tenemos nos ha sido dado, que el mayor tesoro —Jesús— también nos ha sido dado… y que si queremos ser buenos hijos del Padre debemos vivir con su estilo: regalando. Dar gratuitamente, dar porque nos da la gana, dar para que el otro disfrute, dar porque es bueno para él, dar aunque me duela, aunque tenga que rascarme el bolsillo, el horario, el carácter y el corazón…

Muchas veces, el afán consumista y el exagerado hincapié que hacemos en los regalos en estos días hacen que prestemos una atención desmedida a los aspectos externos de estas fiestas. Sin ánimo de ser aguafiestas, déjame que te anime con palabras de Juan Pablo II a vivir estas fiestas con su sentido: «Si de verdad la Navidad se ha convertido, con razón, en la fiesta de los regalos, es porque celebra el don por excelencia que Dios ha hecho a la humanidad en la persona de Jesús. Pero es preciso que esta tradición sea vivida en sintonía con el significado del acontecimiento, con estilo sencillo y sobrio».

Dios mío, nunca me cansaré de darte las gracias por habernos dado a Jesús. Quiero vivir también yo regalando. Ayúdame hoy a dar las gracias a quienes me regalan. Que no mire tanto lo que me dan como la ilusión con la que me dan. Que no mida y compare mis regalos con los de los demás. Que esté pendiente de que hoy todos lo pasen bien. Te pido por aquellos a los que hoy nadie da nada, los que viven solos, sin familia… Te pido que todos los cristianos vivamos esta fiesta con el sentido que tiene, con estilo sencillo y sobrio. Gracias otra vez.

Puedes comentarle lo leído, y contarle el día. Di algo a María y a José. Agradécele al Padre todo lo que puedas: el cariño de todas las personas que hoy te han regalado algo… y el gran regalo de Dios. Luego puedes terminar con la oración final.

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