San Eduardo III, Rey de Inglaterra. Siglo XI.

Se lo conoce como “El Confesor” por morir de muerte natural. La Iglesia Católica lo nombró Santo Patrón de los reyes, matrimonios problemáticos y mujeres separadas. Se da la circunstancia que hasta 1348 fue también el Patrón de Inglaterra, fecha en que fue sustituido por San Jorge.

Cuando se enciende el piloto rojo

«Respira aire puro», «pura lana virgen», «aceite puro de oliva»… Cuando se dice de algo que es puro estamos llamando la atención sobre un valor muy positivo: es algo auténtico, que no tiene mezcla alguna, que se mantiene sin contaminar…

Cuando los cristianos hablamos de pureza, nos referimos a la pureza del corazón: un corazón auténtico, sin mezcla de egoísmo, sin contaminar por el egoísmo del yo, que ama siempre y en todo… Y concretamente, con el propio cuerpo. Es decir, es puro quien siempre emplea su cuerpo para amar, para darse, para servir… y nunca con la finalidad de un placer egoísta.

Lo malo no es el placer, sino el egoísmo. Dios mandó al hombre que viviera y se multiplicara. Para sobrevivir debía comer y beber; para propagarse debía hacer uso de su sexualidad. Estas dos obligaciones básicas quiso acompañarlas de placer, para que nos resultasen no sólo llevaderas sino atractivas y fáciles de cumplir.

El placer es bueno, querido por Dios. Lo malo es si uno, obsesionado con obtener placer… come por comer, bebe sin sed y sin control, o usa su sexualidad como pasatiempo, por curiosidad, vicio o egoísmo. A este uso egoísta de la sexualidad se le llama «lujuria».

Resulta difícil de explicar que cuando uno vive la sexualidad de forma egoísta… lo que se ensucia es el corazón. A un joven le cuesta verlo; las personas con algo de edad lo ven claro.

Recuerdo perfectamente el día en que siendo pequeño iba en coche con mi hermana mayor, cuando se encendió una lucecita roja en el cuadro de mandos, un pequeño icono con algo que se parecía a un termómetro sobre unas líneas onduladas. No sabíamos qué indicaba aquello. Le dábamos golpecitos al cuadro de mandos para ver si se apagaba, pero nada. Al cabo de un rato empezó a salir humo del motor. Se estaba quemando.

Algo así ocurre con la pureza. Cuando cuesta mucho vivirla bien, cuando tenemos demasiadas tentaciones… es que se nos está encendiendo una luz roja en el cuadro de mandos que nos avisa: «hay demasiado egoísmo en su corazón», «usted está pensando demasiado en usted», «se está olvidando de amar», «su corazón está encerrado en sí mismo»… Es el momento de reaccionar.

Como escribía san Pablo a las primeras comunidades cristianas de Roma: «Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios, como oblación racional. Y no os acomodéis a este mundo (…) de modo que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios; esto es, lo bueno, lo agradable, lo perfecto»(12, 1). Vale la pena reaccionar, poner los medios: «Os lo ruego», escribía Pablo.

Quizá te sirva este dicho: «Contra la tentación, el móvil.» Quiero decir: cuando se siente una tentación de impureza, puede ayudar coger el teléfono móvil y llamar a alguien a quien le pueda alegrar una llamada, pensar en él, y así centrar mi atención en los demás. Lo del móvil no hace falta tomarlo al pie de la letra, pero la idea sí: salir de donde esté, hablar con alguien que está en casa, salir de mí mismo, darme a quien pueda necesitarme, escuchar… o lo que sea. Salir de mí. Y, por supuesto, pedir ayuda a María.

Bendita sea tu pureza, y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti, celestial Princesa, Virgen sagrada María, yo te ofrezco en este día alma, vida y corazón. Mírame con compasión. No me dejes, Madre mía.

Ahora es el momento importante, en el que tú hablas a Dios con tus palabras, comentándole algo de lo que has leído, si se te enciende el piloto rojo, que deseas que tu corazón sea generoso, y cómo luchar metiendo más a los demás en tu corazón. 

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