San Esteban, mártir. Siglo I

Primer mártir de la Iglesia, perteneció a la primera comunidad cristiana y ayudó a los Apóstoles como diácono.

No se lo tengas en cuenta

Ayer celebramos el nacimiento de Jesucristo. Hoy celebramos fiesta los cristianos recordando el primer hombre que amó más a Jesucristo que a él mismo, el primero que muere por Jesús, el primer mártir: el joven Esteban.

¿Sabes cómo murió? A pedradas, más o menos nueve meses después de la crucifixión. Y fue así. Cuentan los Hechos de los Apóstoles que Esteban, lleno de gracia y de virtud, hacía prodigios y grandes señales en el pueblo. Los que le escuchaban no podían resistir su sabiduría. Le cogieron los judíos y le acusaron de blasfemar contra Moisés y contra Dios. Todos los que estaban sentados en el Sanedrín vieron su rostro como el rostro de un ángel.

Le dejaron hablar y, en vez de excusarse o buscar alguna salida, aprovechó que le escuchaban para explicar el cristianismo. Sus oyentes se indignaron tanto que sus corazones se llenaron de rabia, sus dientes rechinaban, gritaban a grandes voces, se tapaban los oídos, se echaron encima de él, lo sacaron fuera de la ciudad, y lo apedrearon. Esteban, mientras tanto, repetía: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». Después, cayendo de rodillas, lanzó un grito: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y con estas palabras, expiró (Hechos 6 y 7).

¿Cuándo aprenderemos que ser cristiano no es meramente «cumplir», o «ser bueno»? Ser cristiano es amar. Amar a Jesús que vive, a quien conocemos por el Evangelio y por la oración, quien habita en nuestra alma en gracia y en la Eucaristía. Amar a los demás, hablándoles de nuestra fe, que es lo mejor que tenemos. Amar a los enemigos, perdonándoles y pidiendo por ellos. Poner antes a Jesucristo que a nosotros mismos: «Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. Quien encuentre su vida, la perderá: pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mateo 10, 37-39).

Concédenos, Señor, la gracia de imitar a tu mártir Esteban y de amar a nuestros enemigos, ya que celebramos la muerte de quien supo orar por sus perseguidores. Que usemos el corazón en amar. Que sepamos amarte a ti más que a nuestra propia vida. Que aprovechemos cualquier ocasión para hablar de ti a los demás, aunque no nos entiendan. ¡Amar, amar, amar!

Ahora te toca a ti hablar a Dios con tus palabras, comentándole lo leído o lo que quieras.

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