San Cornelio Centurión. Siglo I.

Conmemoración de san Cornelio, centurión, que en la ciudad de Cesarea, en Palestina, fue bautizado por el apóstol san Pedro, como primicia de la Iglesia de los gentiles.

Llegué hasta aquí… preguntando

Un gran literato fue premiado. Durante el vino que se sirvió a continuación se le acercó un joven admirador. Era sabido por todos que el famoso literato llevaba una vida algo desarreglada, con experiencias y relaciones amorosas extrañas, raras, algo anormales. El joven estudiante, que admiraba la enorme sensibilidad e inteligencia del literato premiado quiso preguntarle, confidencialmente, cómo había llegado a esa vida tan lejana, por lo menos, al buen gusto. El gran literato le contestó: «Preguntando, hijo mío, preguntando».

Lo que quería decirle está muy claro: metiéndome donde no me llamaban, buscando enterarme de asuntos que no me incumbían, queriendo saber cómo será esto, qué se sentirá con esto otro…

Contra lujuria, castidad. La curiosidad del «metomentodo», origen de tantos cotilleos y chismes, no da igual. Parece un modo de actuar inofensivo: «no hago daño a nadie». Aunque pueda parecer así en algunos casos, siempre hay un damnificado que es el mismo curioso.

Entrometerse en todo, tener la antena echada continuamente, saber la última del mundo que tenemos a nuestro alcance, acostumbrarse a fuentes de información de ninguna garantía, juzgar y opinar de cada vecino y pariente próximo y lejano… impide el crecimiento del respeto, dificulta vivir la castidad.

La curiosidad acostumbra a relaciones frívolas y superficiales con el mundo y con las otras personas. La verdad es siempre compleja y real; el cotilleo es tan injusto y falso como simple y superficial.

La escritora Marisa Madieri cuenta este hecho autobiográfico. Siendo niña tuvieron que instalarse en un box, una especie de vivienda multitudinaria:

«28 de noviembre de 1983. Nuestro box limitaba, en la parte destinada a dormitorio, con el de Emma. Más que de vecindad se puede hablar de cohabitación. El delgado tabique de madera y el techo de papel aseguraban sólo un aislamiento visual y no acústico, por supuesto.

»Emma era una mujer aún joven y hermosa y vivía con un hijo pequeño, muy inquieto y rebelde, que ya muchos consideraban un calavera. Pesaba sobre él el hecho de ser un “pequeño bastardo”. Emma tenía una historia triste. Casada y madre de dos hijos, durante la guerra había dejado de tener noticias de su marido, que había ido al frente, hasta el final del conflicto. Creyéndole muerto, se unió a otro hombre, del que tuvo un niño. Sin embargó, el marido volvió, la echó de la casa y se quedó con los dos hijos. También el segundo hombre se esfumó al cabo de poco tiempo y ella se encontró pobre y sola para criar al fruto de su ilusión. Pero Emma tenía un temperamento optimista. Era morena, insolente y procaz. Los cabellos tupidos y ensortijados le enmarcaban el rostro sonriente y un poco vulgar. Cantaba siempre con una hermosa voz enérgica mientras hacía las tareas de la casa. Emma recibía con frecuencia a muchachos en su box y, al otro lado la de la fina pared divisoria, yo podía oír su risa alegre y provocadora y los susurros cómplices de sus amantes. A veces me tapaba los oídos para no oír nada. Mater castissima, Regina sine labe originali concepta, ora pro nobis (Madre castísima, Reina concebida sin pecado original, ruega por nosotros).»

Y concluye la narración con alegría: así pude conocer a los hombres que me interesaron, cautivarlos y volverme hacia ellos con una sonrisa. Se casó con otro escritor, Claudio Magris.

Es verdad. La curiosidad en la prensa, en cotilleos, en Internet… la curiosidad de ir con los ojos bien abiertos por la calle mirando todo y a todos… nos deforma, nos hace superficiales y volcados hacia fuera, nos impide vivir nuestra vida, nos dificulta dar a cada cosa su valor, su tiempo, el respeto que merecen… Puede amar mejor quien domina la curiosidad. ¡Mucho más!

Dios mío, qué ajeno al estilo cristiano es el del curioso, el del metomentodo, el del cotilla y chismoso. ¿En qué soy curioso? ¿Mortifico la curiosidad? Ayúdame a ser fuerte y vivir las cosas con respeto.

Es el momento de hablarle con tus palabras de las preguntas que han salido en el texto. Termina luego suplicándole con fuerza las palabras de la oración final.

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