San Eliseo, Profeta. Siglo IX.

Sucesor de San Elías, fue profeta de Israel. No dejó oráculos escritos, pero sí obró milagros con los que anunció la Salvación que había de llegar a todos los hombres.

El prejuicio cristiano

Terminada la Guerra Civil española, en 1939, cuenta el doctor Vallejo-Nágera que toda su familia volvió a Madrid, «a nuestra casa de la calle Alcalá Galiano, y nos la encontramos patas arriba, destrozada, ya que durante aquellos tres años había estado ocupada por refugiados. Eran gente de los pueblos vecinos que, huyendo de la zona en la que se había estabilizado el frente, se refugiaban en Madrid y un comité del pueblo les asignaba las casas vacías. Te puedes imaginar cómo las trataban. Cocinaban sobre el suelo, hacían lumbre con las maderas del parquet y hasta arrancaban puertas para hacer leña. Además, una casa grande como aquélla estaba repartida entre varias familias. Nuestra indignación fue general: ¡qué bárbaros! ¡Hace falta ser salvajes!, etcétera, hasta que mi madre nos llamó al orden. “Sois injustos”, nos reprochó, “Dios sabe quiénes serían esas pobres familias de refugiados y lo que habrán padecido. Eran gente muerta de hambre. ¿Cómo se les puede reprochar que quemaran las maderas si no podían vivir sin hacer fuego? Lo que me da pena es pensar lo que habrá sido de ellos; cómo habrán tenido que salir huyendo de aquí… ¿Habrán encontrado algún cobijo?” Nos quedamos todos mudos —continúa contando su hijo, que entonces era muy joven—. Es otro de los recuerdos imborrables que me han quedado de mi madre. Ten en cuenta que eran días en los que lo normal, hablemos claro, era aplastar al vencido. De mi madre aprendí la tragedia que iba envuelta en la victoria.»

Así son los corazones cristianos. Tenemos un prejuicio, y es que ante cualquier situación lo primero que vemos son las personas. El evangelio está lleno de ejemplos de esta forma de mirar de Jesús.

Si pasamos por la calle junto a un mendigo que huele fatal, no nos quedamos en el olor que nos resulta insoportable, sino que vemos una persona que sufre. Si leemos en el periódico una noticia de cualquier burrada, no nos quedamos en el morbo, sino que vemos una persona que sufre. Si vemos una publicidad que es pornográfica, no sólo retiramos la vista, sino que rezamos por esa persona que se corrompe y sufrirá. Si alguien nos roba algo, pedimos por el ladrón que es esclavo de un vicio y se ha dejado dominar por el mal… Y así continuamente.

Jesús, que nuestro corazón palpite con el tuyo. Que ante todo veamos a la persona, que tengamos el prejuicio de pensar en los demás, que nos pongamos en el lugar del otro en todas las situaciones, que no seamos superficiales y nos quedemos en los hechos sino que nos pongamos en la piel del otro… y ayudemos a cada uno del modo que nos resulte posible. Para empezar, comprendiéndoles.

Ahora te toca a ti hablar a Dios con tus palabras, comentándole lo leído o lo que quieras. Convéncele de que te tiene que dar un corazón nuevo, capaz de comprender a los demás. Termina, después, con la oración final.

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