Santa Isabel, reina de Portugal. 1271-1336

Piadosa y caritativa desde muy pequeña. Casada con un hombre violento e infiel, ella lo trató con bondad. Al morir su esposo abrazó la vida religiosa en el monasterio de monjas de la Tercera Orden de Santa Clara, que ella misma había fundado.

La ombligomanía

Cuando el niño descubre su ombligo, pasa una temporada en la que no deja de tocárselo y mirárselo, le atrae su atención y parece que no hay otra cosa. Asombrado por el agujerito que ha descubierto en mitad de su panza, no sale de su ombligo. Pues bien, el egoísta todavía no ha salido de su ombligo. Cuatro rasgos de la ombligomanía a partir de Adán y de Caín. Así aplicamos aquello de «cuando las barbas de tu vecino veas mojar, pon las tuyas a remojar». La historia se repite.

Aquí están esos cuatro rasgos:

1) Al actuar, sólo mirar lo que me apetece y no las consecuencias para los demás; Adán ve la manzana que le enseña Eva, le apetece y… a por ella. No deja de ser algo egoísta, sólo ve lo propio, sólo tiene mirada para sí mismo. Adán no pensó que lo que él hiciese tendría consecuencias para el resto de la humanidad. Actuó como un hombre, pero no como el padre de todos los hombres.

2) Después, además, pretende salir airoso sin importarle echar la culpa a los otros: Adán culpa del pecado a Eva y Eva culpa a la serpiente. Segundo rasgo: excusarse enseguida y, ante todo, lo importante es salpicar a los demás, no quedarme solo en la responsabilidad.

3) Los éxitos de otros molestan, al menos si son mayores que los míos. Es lo que le ocurre a Caín, que mata a su hermano Abel, no porque las ovejas de Abel se comieran los frutos de las tierras de Caín, sino porque Abel le hacía sombra: tenía más éxitos con sus ofrendas (Génesis 4).

4) Caín es el que empezó esa práctica que ha triunfado en nuestro mundo, en el que el inútil quiere hacer a los demás tan inútiles como él. El inútil quiere hacer a los demás tan inútiles como él, porque divide el mundo en dos grupos: los que están por encima de él y los que están por debajo; todos los hombres los encasilla en uno de los dos grupos: a quienes están por encima les pone trabas, y a quienes están por debajo les manipula. Este Caín olvida que en realidad sólo hay un grupo, en el que todos somos iguales en lo esencial.

Es importante dejar de practicar la ombligomanía, liberarnos de ella poco a poco. Cada vez que nos demos cuenta de que tenemos el dedo hurgando en el propio ombligo, que reaccionemos… yaa se nos ha pasado la edad.

Dame, Señor, el prejuiciode pensar en los demás antes que en mí, que nunca me excuse, que me alegre lo que a otros va bien, que favorezca sus cosas buenas, que no divida a los demás, que no ponga trabas a quienes me da la impresión de que me superan en algo, que no manipule ni abuse de aquellos a quienes considero que puedo someter. Que a todos quiera y con todos me alegre, que a nadie considere superior ni inferior: ¡todos hermanos!

Ahora puedes seguir hablando con el Señor con tus propias palabras. Él te ve, te escucha y te comprende. Procura terminar con un pequeño propósito. Después puedes recitar la oración final.

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