San Francisco de Borja. Siglo XVI.

De Gandía, entró en la Compañía de Jesús tras la muerte de su esposa, Leonor de Castro, y como consecuencia de su encuentro con San Ignacio de Loyola. Fue un organizador infatigable y siempre encontró tiempo para dedicarse a la redacción de tratados de vida espiritual.

Ya no serviré más a señor que se pueda morir

El emperador Carlos V ha sido quizá la persona que logró el poder más extenso sobre el mundo. Tanto territorio estaba bajo su corona que tenía a gala poder decir que el sol nunca se ponía sobre su reino, porque en alguna parte de su reinado siempre era de día. Uno de sus hombres más cercanos fue un joven de Gandía (Valencia), Francisco de Borja. Fue duque, caballero, virrey de Cataluña… tuvo altos cargos. Era una buena persona, hombre de una pieza, que un día concreto dio un giro importante a su vida:

La mujer de Carlos V, la emperatriz Isabel de Portugal, murió en 1539 y su cadáver fue llevado a Granada, según deseo de su esposo. El cadáver de la bellísima emperatriz fue escoltado por nobles y militares y, al llegar a la entrada de Granada el 16 de mayo de 1539, su ataúd fue abierto para verificar su contenido: el olor y la fealdad resultaron insoportables. Al ver en qué estado habían quedado los restos de la hermosísima Isabel, Francisco de Borja dijo muy seriamente: «Ya no serviré más a señor que se pueda morir.»

La lección quedó bien aprendida. Algún año más tarde su mujer enfermó. Escribía a su amigo Pedro Fabro, después de decir que ella estaba mejor de salud: «Bien sé que no son grandes sino los que se conocen por pequeños; ni son ricos los que tienen, sino los que no desean tener; ni son honrados, sino los que trabajan para que Dios sea honrado y glorificado.»

Siete años más tarde murió su mujer, con la que había tenido ocho hijos. Francisco de Borja tenía 36 años. Entonces, entró en la Compañía de Jesús. Cuentan que llamaba la atención su humildad: buscaba los trabajos más simples, como barrer, acarrear la leña, ayudar en la cocina… Había aprendido que las cosas de este mundo son engañosas. Hasta entonces había mandado, había tenido mucho poder y todas las comodidades a su gusto… pero ¡ya no serviré más a señor que se pueda morir! Servir a riquezas, a comodidades y fama, a dinero y reyes… no vale la pena: todo eso es efímero, se acaba, se pudre como el cuerpo de Isabel. Descubrió lo vano que es la vanidad.

¿No es verdad que a veces somos vanidosos? Vanidad es una palabra que viene de la palabra latina vanus, que significa «vacío», «hueco». Ser vanidoso significa que se vive dando importancia a cosas que no tienen valor, vivir una vida vacía, hueca, sin un contenido que tenga valor e interés.

Hoy, día de san Francisco de Borja, puedes hablar con Dios y pedirle que te ayude a descubrir la vanidad que hay en ti.

Tú, Señor, que concediste a san Francisco de Borja el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Que descubra la vanidad en mi vida, y te digo con san Francisco: ¡Ya no serviré más a señor que se pueda morir!

Ahora es el momento importante, en el que tú hablas a Dios con tus palabras. Puedes comentar la vanidad que encuentras en ti; y si no encuentras, pídele que te la haga ver, porque todos la tenemos. ¿A quién sirves que no sea Dios?

Ver todos Ver enero 2022