San Olegario, Obispo. Siglo XI-XII.

En Barcelona, España, asumió también la cátedra de Tarragona cuando esta antiquísima sede fue liberada del yugo de los musulmanes. Murió en 1137.

El gozo de confesar

Teresa de Calcuta, en una entrevista con un periodista alemán, decía:

«El otro día un periodista me planteó una extraña pregunta:

»—Pero ¿también usted tiene que confesarse? Le contesté: —Desde luego. Me confieso todas las semanas. Él dijo: —De verdad que Dios tiene que ser muy exigente si todos os tenéis que confesar. Yo le razoné: —Su hijo comete a veces alguna equivocación, hace alguna pequeña trastada. ¿Qué ocurre cuando acude a usted y le dice: “Lo siento, papá”? ¿Qué hace usted en esos casos? Usted pone la mano en su cabeza y le da un beso. ¿Por qué? Porque es su manera de decirle que lo ama. Dios hace lo mismo. Dios nos ama con ternura.

»Aun cuando cometemos alguna equivocación, aprovechémonos de ella para acercarnos más a Dios. Digámosle con humidad: “No he sido capaz de ser mejor. Te ofrezco mis propios fracasos.” La humildad consiste en esto: tener el coraje de aceptar la humillación.»

¡Es una maravilla la confesión! Quien la descubre… la valora y la desea.

Por otro lado, me decía un amigo: «Debe de ser duro confesar: todo lo negativo y el mal continuamente en los oídos.» Tuve que decirle que sí y que no. 

Sí, porque el sacerdote toca el sufrimiento que causa el mal. Pero no; no, porque todo lo negativo y todo pecado que se escucha en la confesión es verdadero, pero es lo menos importante. Lo más grande es el porqué lo dice y todo lo que no dice…:

-tantas cosas buenas que no enumera porque no vienen a cuento en la confesión,

y la grandeza de reconocer la verdad,

— y el acto heroico y victorioso de ponerse en contra de él mismo en lo que ha hecho mal, sin excusarse mezquinamente,

— y pedir el perdón a Dios,

— y proponerse llevar una vida distinta,

— y esperar en la ayuda de la gracia porque sabe que no lo conseguirá de un día para otro, pero espera y confía en el amor inmenso de su Padre Dios,

— y el propósito de seguir luchando,

— y saber que volverá a pedir perdón cuando haga falta o requiera el abrazo animoso de Cristo,

— y ponerse de rodillas ante Dios, porque reconoce que él no decide lo que está bien y mal,

-y…

Confesar es gozoso y emocionante, porque significa asistir a un encuentro de dos corazones que están deseándose mutuamente, como es emocionante el amante que acude pidiendo perdón al amado, diciéndole que lo siente, que ha sido su culpa, y que tratará de no hacerlo más. ¿Hay algo más emocionante que pedir perdón? Quizá sí: el concederlo. Eso es confesar.

Ojalá todos los cristianos acudamos a confesarnos semanalmente, y ayudemos a otros a hacerlo.

Gracias, Dios mío, por habernos enseñado el perdón, la grandeza de pedirlo y de concederlo. Y gracias porque tú siempre nos lo concedes. Te pido por estas personas a las que quiero hablarles de la confesión (dile los nombres que quieras). Gracias.

Ahora te toca a ti hablar a Dios con tus palabras, comentándole lo leído o lo que quieras, o diciéndole que te gustaría ser un «forofo» de la confesión… Mira si la valoras o si te parece un suplicio… y pregúntale cómo amarla más… y a quién puedes proponerle que vaya contigo a confesarse la próxima vez que tú vayas a hacerlo.

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