San Lázaro

Hermano de Marta y María y amigo de Jesús, hasta el punto de que Jesús se compadece y lo resucita. Es un ejemplo con Jesús entre sus amigos acogiéndolo en su casa en diversas ocasiones.

¿Por dónde se va a…?

El Evangelio de hoy nos recuerda con detalle los antepasados de Jesús, su árbol genealógico, para meternos por los ojos que se hizo hombre. ¿Para qué? Ya hemos considerado algunos motivos por los que Dios se ha hecho hombre. Veamos otro.

Cuando se va a hacer un viaje, lo primero es enterarse por dónde se va al destino. Entre el lugar donde me encuentro y el lugar al que me dirijo, hay un espacio que debo recorrer.

«Yo soy el camino», dice Jesús. ¿Qué quiere decirnos? Sencillamente esto: que desde lo que ahora soy yo hasta el yo pleno, Jesús es el Camino.

¿Qué es el yo pleno? Lo que yo puedo ser, lo que estoy llamado a ser: plenamente libre, completamente feliz, fuerte para aliviar los sufrimientos de los demás, capaz de realizar en esta vida los privilegios que me corresponden, realmente lleno de la vida nueva que Jesús nos ha traído, sinceramente enamorado de Dios y unido a los demás… Este yo pleno se alcanza del todo tras la muerte, pero empieza ya en esta vida. En esta vida, hoy mismo si quieres, empieza el camino desde el yo actual al yo pleno.

¿Qué hacer para alcanzarlo? Recorrer el camino, ir detrás de Jesús, seguir lo que él hizo, pisar donde él pisó. Él nos precede y nos muestra el camino: «Nadie llega al Padre sino por mí» (Juan 14, 6).

Dios, el invisible, a través de Jesús se hace visible y nos habla de modo que le entendemos. Ya sabemos cómo es el Padre. Y a través de Jesús, que vive como vivimos cualquiera de nosotros —pasa sueño, cansancio, tiene amigos, recibe críticas, trabaja, etc.— conocemos el camino que nos lleva a él.

Esto implica que tratemos de distinto modo al Hijo que al Padre. Cuando oramos a Jesucristo hacemos bien si le adoramos y pedimos ayuda… Sin embargo, eso también lo hacemos al hablar con Dios Padre. Lo característico de la oración con Jesucristo es que con él hablamos de hermano a Hermano. Es un trato distinto. Lo propio con él será, más bien, pedirle llegar a comprenderle, meditar sobre su vida y sus palabras, tratar de pensar de acuerdo con sus pensamientos y enseñanzas, preguntarle cómo hacer para imitarle, cómo actuar en esta situación y cómo reaccionar en esa otra…

Se trata de dirigir nuestra mirada a Jesús porque —como dice san Juan —si le vemos, vemos al Padre (14, 9).

Tratar y amar a Jesús, hombre y Dios, de manera que ese amor sea el motor de nuestra vida. Pedirle que nos dé la vida nueva que nos ha traído. Hablamos de hermano a Hermano.

Dios creador mío, que has querido que tu Hijo se encarnase en el seno de María, ayúdanos a ser hijos tuyos en él, por él y con él. Jesús, que te imite, que me parezca a ti. Que sepa hablar contigo como tu hermano. Que sepa fijarme en tu comportamiento, para identificarme contigo y ser en todo momento tú, el mismo Cristo, por obra del Espíritu Santo.

Puedes hablar a Dios con tus palabras, hablar con Cristo de acuerdo con lo que has leído: de manera distinta a como lo haces con Dios Padre.

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