San Nemesio, mártir. Siglo III.

En Alejandría, en Egipto, acusado falsamente de ladrón, fue llevado a juicio y absuelto, pero después, en la persecución del emperador Decio, fue acusado de ser cristiano, siendo torturado y quemado con ladrones.

Los ojos del corazón

Un compañero del servicio militar se replantea su vida tras la muerte de su madre. Somete a revisión su vida y se da cuenta de que ha sido algo tonto en sus relaciones con las chicas en el pasado. Así lo dice en una larga carta:

«Incluso a las mujeres las veo ahora de otra forma; cuánta dignidad les había hecho perder en mis pensamientos anteriores (aunque para ser sinceros, esos pensamientos siguen apareciendo; la diferencia es que ahora los combato y sé por qué los combato). Soy más sincero con ellas, me siento libre.»

Efectivamente, algunas formas de mirar no buscan la dignidad del otro: sólo importa el hecho de si aquello es agradable o no, si puede ofrecer placer o no, si me gusta o no, si resulta útil o no, si me puede proporcionar satisfacción o no.

Hay corazones que miran mal. Estos corazones tienen ojos que sólo dan valor a lo que les produce placer. Lo único que les interesa de la realidad es aquello que les pueda despertar agrado, gusto, satisfacción… No saben si las cosas tienen un valor; reconocen como valioso, exclusivamente, lo que pueden usar con algún tipo de agrado.

El interés domina sus relaciones. Instrumentaliza todo, también a las personas; cualquier realidad es un instrumento o medio para su placer; si no es así, pierde interés.

Quien no tiene un corazón limpio mira a otra persona y no ve un tú, un sujeto valioso y digno, con necesidades y exigencias, con su historia y sus sentimientos, con sus pesares y sus ilusiones. Lo que se presenta ante su mirada es «algo» que le sirve porque gusta, excita, despierta placer…

Esta actitud puede despertar cierto asco cuando se considera fríamente. Por eso, quien cae en esta situación pretende limitar este comportamiento a un aspecto de la vida, a la esfera de la sexualidad; pero no es posible. Esta actitud conforma —da forma— al propio corazón y lo contamina. Quien mira mal se hace caprichoso. A fuerza de girar en la rueda de sus limitados intereses, se incapacita progresivamente para que brille el valor de cualquier otra cosa. Si no reaccionamos pronto, el corazón se hace cada vez más pequeño e insensible. Cualquier persona, y el mismo Dios, terminará por convertirse en algo bastante insípido y uniforme: sólo le llamarán la atención las cosas o personas con capacidad de satisfacerle. Las cosas y las personas no se distinguirán por sí mismas, sino por su utilidad.

Quien libremente se va conformando de este modo, se incapacita para la verdadera felicidad. Acaba un poco harto y empachado porque se siente esclavo. Y por supuesto no puede ver a Dios.

Así se entiende bien aquello que nos dijo: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Está claro: quien no es limpio de corazón no le ve, ni a Dios ni a casi nadie del que no pueda sacar provecho, del tipo que sea, pero provecho.

Dame, Señor, un corazón puro. Lávame y déjame más blanco que la nieve (Salmo 50). Que no mire mal, que no mire siempre con interés. Santa María, bendita sea tu pureza, y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. ¡Que también pueda recrearse en la mía! Amén.

Coméntale con tus palabras cómo es la mirada de tu corazón. Termina después con la oración final.

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