San Pío V, CCXXV Papa. Siglo XVI.

Se le recuerda por lograr imponer una tregua en las discordias caseras de los Estados europeos y llevarlos a una “santa alianza” para detener la amenazadora avanzada de los turcos. Condescendiente con los humildes, pero severo con cuantos comprometían la unidad de la Iglesia, no dudó en excomulgar y decretar la destitución de la reina de Inglaterra, Isabel I.

El pecado de los paganos

Cuando vamos en el coche, estamos en una habitación o en cualquier lugar y olemos mal… enseguida buscamos de dónde sale ese olor. Aunque no sepamos qué, algo tiene que haber.

Puede ocurrir algo peor: que realmente huela mal, pero que uno no detecte ese mal olor; es peor porque significaría que algo podrido anda cerca, pero, por haberme acostumbrado, no soy capaz de percibirlo. Habría perdido la sensibilidad para captar olores, no sería capaz de distinguir el buen y el mal olor: todo me resultaría igual.

¿Por qué digo esto? Porque los primeros cristianos decían que el pecado de los paganos era la insensibilidad. ¡Resulta fantástico! Se daban cuenta de que a los paganos les faltaba la sensibilidad para captar lo que huele bien y lo que huele mal, para distinguir entre lo bueno y lo malo, para diferenciar entre lo bello y lo feo.

Hace poco traían a mi casa un mueble nuevo muy pesado. El chico que transportaba el paquete embalado llevaba una camiseta negra con unas letras grabadas en la espalda: «El mal te invita a su fiesta.» Parece que el mundo, cuando se paganiza, considera que la fiesta necesita de lo malo. Como si lo bueno fuese lo aburrido y lo malo lo divertido. «Con bondad no hay quien haga fiesta», parecen pensar muchos.

¿Realmente es así? ¿Es verdad que para pasarlo bien hace falta hacer el mal? Los primeros cristianos hicieron un buen diagnóstico: cuando se pierde la sensibilidad ocurre eso.

Ahora que vivimos la alegría de que ha resucitado Jesús y nos ha dado una vida nueva, podemos ver si continuamos un poco paganizados: si nos atrae el bien y nos duele el mal… o si, por el contrario, el bien nos deja indiferentes y el mal nos atrae hasta parecernos que la única forma de pasarlo bien es haciendo también el mal.

El día en que celebramos la absoluta bondad de nuestra Madre, decía Benedicto XVI: «Precisamente en la fiesta de la Inmaculada Concepción brota en nosotros la sospecha de que una persona que no peca para nada en el fondo es aburrida; que le falta algo en su vida: la dimensión dramática de ser autónomos; que la libertad de decir no, el bajar a las tinieblas del pecado y querer actuar por sí mismos forma parte del verdadero hecho de ser hombres; que sólo entonces se puede disfrutar a fondo de toda la amplitud y la profundidad del hecho de ser hombres, de ser verdaderamente nosotros mismos; que debemos poner a prueba esta libertad, incluso contra Dios, para llegar a ser realmente nosotros mismos. En una palabra, pensamos que en el fondo el mal es bueno, que lo necesitamos, al menos un poco, para experimentar la plenitud del ser.

 

»En el día de la Inmaculada debemos aprender más bien esto: el hombre que se abandona totalmente en las manos de Dios no se convierte en un títere de Dios, en una persona aburrida y conformista; no pierde su libertad. Sólo el hombre que se pone totalmente en manos de Dios encuentra la verdadera libertad, la amplitud grande y creativa de la libertad del bien. El hombre que se dirige hacia Dios no se hace más pequeño, sino más grande, porque gracias a Dios y junto con él se hace grande, se hace divino, llega a ser verdaderamente él mismo. El hombre que se pone en manos de Dios no se aleja de los demás, retirándose a su salvación privada; al contrario, sólo entonces su corazón se despierta verdaderamente y él se transforma en una persona sensible y, por tanto, benévola y abierta. (…)

»María está ante nosotros como signo de consuelo, de aliento y de esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: “Ten la valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Ten la valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de arriesgar con la bondad. Ten la valentía de arriesgar con el corazón puro. Comprométete con Dios; y entonces verás que precisamente así tu vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llena de infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se agota jamás.”»

 

María, quiero creer estas palabras que tu vida nos sugiere. ¿En qué cosas me parece que el bien ha dejado de atraerme, y el mal me atrae demasiado? ¿Qué momentos o costumbres de mi vida me tienen esclavizado, y aun sabiendo que son malas me parecen imprescindibles para divertirme en la vida? Ayúdame, Madre buena, a ganar en sensibilidad.

Ahora te toca a ti hablar a Dios con tus palabras, comentándole tus insensibilidades o lo que quieras.

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