San Valerio, Eremita. Siglo VII.

De Astorga (León), comienza una vida de oración y penitencia al estilo de los antiguos eremitas, recibiendo la visita de los habitantes del lugar. Posteriormente, termina en un monasterio de Bierzo.

El pez es el más parecido a Dios

Un relato de Isak Dinesen recoge la curiosa conversación de un pez. Dice el pez:

«El pez es, entre todas las criaturas, la más cuidadosa y exactamente creada a imagen del Señor. Todas las cosas contribuyen a su bien…

»El hombre puede moverse, aunque en un solo plano, y está sujeto a la tierra. Sin embargo, la tierra le sostiene sólo con el reducido espacio que él cubre con las plantas de sus pies; tiene que soportar su propio peso y suspira bajo él. Según he deducido por la charla de mis dos viejos pescadores, debe subir trabajosamente las montañas de la tierra; si por ventura se cae de ellas, entonces la tierra le recibe con dureza. Incluso los pájaros, que tienen alas, si no hacen esfuerzos con ellas, son traicionados por el aire que los sostiene y se precipitan al suelo.

»Nosotros los peces nos apoyamos y nos sostenemos por todas partes. Nos apoyamos con nada y armoniosamente en nuestro elemento. Nos movemos en todas las dimensiones; sea cual sea el rumbo que elijamos, las aguas poderosas modifican su forma por respeto a nuestra virtud.

»No tenemos manos, de modo que no podemos construir nada y jamás nos tienta la vana ambición de alterar nada de cuanto integra el universo del Señor. No sembramos ni trabajamos; por tanto, ninguna estimación de nosotros mismos resulta equivocada, ni falla ninguna de nuestras previsiones.

»Cuando Dios hubo creado el cielo y la tierra, la tierra le causó un doloroso desencanto. El hombre, propenso a la caída, cayó casi enseguida, y con él, todo lo que había en tierra seca. Esto hizo que Dios se arrepintiese de haberle creado a él, a los animales de la tierra, y a las aves del aire.

»Pero los peces no cayeron, ni entonces ni nunca; pues, ¿cómo o dónde podíamos caer? Así que el Señor miró con benevolencia a sus peces y se consoló al verlos, ya que, de toda la creación, sólo ellos no le habían decepcionado.

»Queda la duda, sin embargo, de si, mediante este triunfo aparente, ha alcanzado el hombre su verdadero bienestar. ¿Cómo conseguirá la verdadera seguridad una criatura perpetuamente ansiosa acerca de la dirección en que se mueve, y que concede tan vital importancia a su elevación o caída? ¿Cómo puede lograr el equilibrio un ser que se niega a desechar la idea de esperanza y de riesgo?

»Nosotros los peces descansamos en silencio, sostenidos desde todas partes, en el seno de un elemento que se nivela por sí solo de manera constante e indefectible. De un elemento que, puede decirse, se ha impuesto a nuestra existencia personal en la medida en que, sin tener en cuenta la forma individual ni si somos planos o redondos, nuestro peso y nuestro cuerpo están calculados de acuerdo con la cantidad de fluido que desplazamos.

»No corremos ningún riesgo. Pues nuestro cambio de lugar en la existencia nunca crea, ni deja tras de sí, lo que el hombre llama un camino, en cuyo fenómeno (en realidad, no es fenómeno sino ilusión) malgastará deliberaciones incomprensiblemente apasionadas.

»El hombre, en fin, está alarmado por la idea del tiempo, y desequilibrado por los incesantes vagabundeos entre el pasado y el futuro. Los habitantes del mundo líquido han conciliado el pasado y el futuro en la máxima: Aprés nous le déluge

¿No te parece que algo de razón tiene este pez? Me parece que el hijo de Dios sí vive como un pez en el mar del mundo: se deja llevar por el flujo del querer de su Padre-Dios, no se cae, descansa siempre, no corre riesgos, está apoyado y sostenido por todas partes… Quien vive como hijo de Dios, nada como un pez entre los cuidados de su Padre-Dios.

Padre, confío en ti, quiero confiar verdaderamente en ti, quiero confiar verdaderamente sólo en ti. Que cada día me abandone en tus manos.

Y ahora sigue tú hablando con tu Padre-Dios. Ésta es la parte más importante: cuéntale y escucha.

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