San Benito Biscop, Abad. 629-690

Fue abad del monasterio de Canterbury. Peregrinó 5 veces a Roma de donde trajo libros y maestros para instruir a los monjes benedictinos.

La espiral interminable

San Pablo escribe: «No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien» (Rom 12, 21). Te copio parte del artículo de Ana Arregi, publicado en El Correo, de Bilbao. Pude seguir los acontecimientos de cerca, pues soy amigo de esta extraordinaria familia. Ana se había casado poco antes con un ertzaina, su primer hijo tenía meses.

«Hace algo más de un año, una noche recibí una llamada telefónica que cambió mi vida. Mi marido, Jon, acababa de ser víctima de un brutal atentado que por poco le cuesta la vida. Mientras me dirigía al hospital sólo podía desear una cosa: ¡Que esté vivo!

»Luego he vivido muchos meses de dolor y de miedo. Una pesadilla que aún continúa. Meses en los que sufrí y vi padecer tanto como jamás pensaba que pudiera sufrirse. Podría alargar la descripción de cada uno de esos días tristes, pero no quiero convertir esta carta en un culebrón. Sólo añado que he llorado mucho y que aprendí pronto que el alma también puede quedar en carne viva, como quedó el cuerpo de mi marido por el efecto del fuego. Me daba cuenta, cada día, de que la inconsciencia y el odio trataban de interponerse entre mi familia y su futuro, y decidí no permitirlo. Me lo pedían y me lo piden hoy también los ojos de Jon y los ojos de mi hijo.

»Hablo de inconsciencia, porque creo que los que atentaron contra esa furgoneta no calculan todavía la dimensión de su acto. No tienen ni idea del dolor que han causado y siguen causando y del año que nos hacen. De los años de sufrimientos que nos esperan. Quiero creer que, si lo hubieran sabido, aquella tarde no hubiesen jugado a guerrilleros y nos estaríamos lamentando.

»Hablo de odio, porque sólo un odio visceral puede limar del todo la sensibilidad humana y convertir una agresión tan brutal en un acto lúdico. Porque sólo así se puede tratar de ocultar el dolor que se causa. Porque sólo así puede haber gente capaz de alegrarse de lo que ocurrió, de felicitarse por el resultado de aquella barbaridad. Y eso desgraciadamente también pasó.

»En más de una ocasión tuve la tentación de rebelarme y refugiar mi dolor también en el odio. No era difícil. Ésa es la rueda que tratan de poner en marcha los que se empeñan en odiar y sembrar el odio en este país. Sin embargo he aprendido demasiado sobre el dolor para aceptar esa mecánica sin más problemas. Frente a mí, durante muchos meses en la UVI de Cruces y hoy cada día en mi casa, tengo la palpable demostración de lo destructivo que puede llegar a ser el odio.

»Por eso pienso que los verdugos y quienes les apoyan llevan en su odio una condena. Es suficientemente triste estar obligado a reprimir el sentido común, la bondad, la humanidad, la sensibilidad, el amor, la fraternidad, el compañerismo, la solidaridad, la valentía, el honor, el propio criterio, porque alguien ha declarado enemigo al que tienes frente a ti.

»Por eso digo que la del odio es una gran condena y no estoy dispuesta a compartirla. Primero, porque ni mi marido ni mi hijo lo merecen, como no lo merece el país en el que vivo. Segundo, porque el odio no sirve para nada, sólo degrada al que vive esclavo de sus consecuencias. Además, porque marca la diferencia que siempre ha habido entre víctimas y verdugos, porque coloca a cada uno en su sitio y revela y engrandece la dimensión de la injusticia que se ha cometido con mi familia y con muchas otras.

»La primera lección que aprendí cuando vi lo que hicieron a Jon es que me resultaba imposible desear ese padecimiento para nadie, ni siquiera para el que nos ha hecho tanto daño. Y eso me parece más que suficiente para superar la absurda dinámica que los que odian nos quieren imponer.»

Seguramente a nosotros no nos maten al marido o a la esposa en un atentado, pero hay unas «espirales de odio» hechas a nuestra medida, cercanas, del día a día y, por tanto, muy sutiles. Son, por ejemplo, la espiral de «no le hablo porque no me habla», de «no le saludo porque él tampoco lo hace», de «le critico porque una vez me humilló», de «voy a intentar pisotearle porque una vez pasó por encima de mí sin escrúpulos», de «critico porque me critican»…

Recuerda las palabras de san Pablo: «No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien.»

Señor, que no entre en la espiral de devolver mal por mal. Gracias porque tantos cristianos, como Ana, nos recuerdan que es posible vivir de acuerdo a lo que tú nos enseñaste: devolver bien por mal, a quien te pega en una mejilla mostrarle la otra, amar a quienes nos hacen mal. Quiero vivir así: intentaré pensar, hablar y hacer bien a todos… a todos… ¡a todos!

Habla con Dios si sabes poner la otra mejilla cuando te ofenden, si vives con el estilo cristiano de perdonar, de no entrar en la espiral del mal. Pide a María su ayuda.

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