Santa Emma de Sajonia, Viuda. Siglo XI.

De la noble familia sajona de los Immedinger. Tras enviudar, apoyó a la catedral de Bremen haciendo una donación de una de sus propiedades. Fue una gran benefactora preocupada especialmente por los pobres.

Meter el mar en un agujero de arena

San Agustín fue Obispo de la ciudad de Hipona entre los años 395 y 439. Hipona está al norte de lo que ahora es Argelia; entonces era una provincia romano-africana de Numidia. Una mañana de un buen día estaba él paseando por la playa dando vueltas al misterio de la Trinidad. Trataba de entenderlo. Sumido en sus cavilaciones iba y venía por la orilla, ensimismado… pretendiendo comprender, con su mente racionalista, cómo era posible que tres Personas diferentes —Padre, Hijo y Espíritu Santo— pudieran constituir un único Dios.

Pasaban las horas, pero no lograba avanzar en su compresión. No encontraba palabras humanas para expresar la realidad de Dios uno y trino. Cuentan que en un momento dado observó —sin darle demasiada importancia— que llegaba un niño que se puso a jugar cerca de él. El pequeño hizo un agujero no muy grande en la arena, corría hacia el mar y recogía un poquito de agua en una concha marina. Después regresaba corriendo a verter el líquido en el hueco, repitiendo esto una y otra vez.

Al poco rato, San Agustín se percató de lo que hacía el niño, le prestó atención muy extrañado, hasta que decidió acercarse hasta él y le preguntó:

—¿Qué haces, niño?

A lo que el chiquillo contestó sonriente:

—Quiero meter el océano en mi hoyo.

El bueno de San Agustín, con un aire racional y paternalista, le respondió a su vez:

—Eso es imposible.

Entonces el niño le dijo:

—Pues eso es lo que estás pretendiendo hacer tú, que pretendes meter en una mente finita el misterio de Dios.

Y al momento, el niño desapareció de escena. San Agustín comprendió.

Una buena lección: si Dios cupiese en la cabeza de un hombre, Dios no sería Dios. Esas realidades de Dios que son tan grandes que nos resultan incomprensibles son las que llamamos misterios. Los misterios no son verdades sospechosas: más o menos como si cuando a la iglesia se le pone en un aprieto y no sabe por dónde salir… recurriese a la estrategia de decir: «eso es un misterio». Como si fuesen zonas oscuras, asuntos que no cuadran…

Con los misterios ocurre más bien lo que ocurre cuando miramos el sol. No somos capaces de mirar el sol con nuestros ojos porque no podemos resistir tanta luz. Es decir, cuando la realidad de Dios es tan grandiosa, nuestra mente no es capaz de entrar en tanta perfección. Y del mismo modo que, aunque no podemos mirar al sol, todo lo que vemos lo vemos gracias a la luz del sol, así ocurre con el misterio: no lo podemos comprender pero nos permite entender las demás cosas.

Los cristianos queremos conocer más a Dios. Por eso es bueno que leamos, estudiemos o asistamos a medios de formación para ir conociéndolo cada vez más. Algunos pretenden entender todo, cosa que es ridícula, pero además lo pretenden sin dedicarle tiempo, sin estudiar.

Cuando le preguntaban al cardenal John Henry Newman sobre su conversión, solía decir que no era algo que se pudiera explicar durante una cena «entre plato de sopa y el de pescado». «Que se tomen las mismas molestias que yo», añadía.

Señor, gracias por revelarnos los misterios. Que me acerque con respeto a tus verdades, que reconozca que se me irán desvelando en la medida en que te siga, en la medida en que viva lo que tú nos dices. Entonces iré admirándome de ti, aunque cuando me pidan explicaciones seguramente no sabré cómo explicarles.

Puedes comentar con él si a veces eres un poco racionalista, y si te estás formando como cristiano…

Ver todos Ver enero 2022