San Francisco de Asís, Fundador de la Orden de los Franciscanos. Siglo XII.

Tras combatir en el ejército, se dedicó a la oración. Por petición de Jesús, arregló la iglesia de San Damián. Su orden, que se distinguía por su gran capacidad de servicio a los demás, creció más allá de los Alpes y tenían misiones en España, Hungría y Alemania.

Francisco de Asís y la alegría perfecta

Un día de pleno invierno iba san Francisco desde Perusa a Santa María de los Ángeles con fray León. Hacía un frío que pelaba. Fray León iba por delante, y san Francisco le llamó y le dijo: «Fray León, aunque el hermano menor supiera predicar tan bien que convirtiera a todos los infieles a la fe en Cristo, escribe que no está en eso la alegría perfecta».

Fray León, desconcertado, le preguntó: «Padre, te ruego en nombre de Dios que me digas en qué está la alegría perfecta». Y san Francisco le respondió: «Figúrate que al llegar a Santa María de los Ángeles, empapados por la lluvia y helados de frío, llenos de barro y muertos de hambre, llamamos a la puerta del convento y el portero monta en cólera y nos dice: “¿Quiénes sois vosotros?”, y nosotros le respondemos: “Somos dos hermanos vuestros”, y él dice: “Mentirosos, sois dos bellacos que vais engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres. ¡Marchaos de aquí!” Cuando no nos abra, tendremos que patear fuera por el frío y el hambre hasta la noche; si sabemos soportar entonces con paciencia injurias y bufidos, sin perder la calma y sin murmurar contra él, sabiendo que este portero nos conoce y que es Dios el que le hace hablar así contra nosotros, hermano León, en eso está la alegría perfecta.

«Escucha la conclusión, hermano León: por encima de todas las gracias de Dios y de todos los dones que Cristo da a sus amigos, está la de vencerse a sí mismo y soportar con gusto por el amor de Cristo los trabajos, las injurias, las humillaciones y las incomodidades; porque no podemos gloriarnos de todos los demás dones de Dios, pues no vienen de nosotros sino de Dios, como dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías, como si no lo hubieras recibido?»

Hoy celebramos a san Francisco. Se habla de Francisco como el gran maestro de la pobreza. Su padre era un mercader riquísimo, y Francisco dejó toda posesión, repartió sus bienes, vistió con saco y vivió sin nada. Sin embargo, la pobreza de vivir sin calefacción, sin comodidades y sin dinero no es la pobreza más radical. La pobreza que todos los cristianos hemos de vivir es la que él explica al monje que le acompaña: estar desprendido de uno mismo, de lo que digan de mí, de la fama, del honor… Dominio de uno mismo —le dice—, y vivir con paz y alegría cuando opinan mal, cuando me critican sin razón… y cuando quienes critican no son los enemigos, sino el mismo fraile que vive con uno; esto es, los de tu casa, los amigos…

¿Cómo reacciono cuando me entero de que alguien ha hablado mal de mí? ¿Y cuando me malinterpretan, con buena o mala intención? ¿Y cuando digo «a» y dicen que he dicho «b»? Repasa lo que dice san Francisco, y háblalo con el Señor.

Señor Dios, que en el pobre y humilde Francisco de Asís has dado a tu Iglesia una imagen viva de Jesucristo, haz que nosotros, siguiendo su ejemplo, imitemos a tu Hijo y vivamos, como este santo, unidos a ti en el gozo del amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Continúa hablándole con tus palabras, quizá comentando la última vez que has sufrido alguna incomprensión, cómo has reaccionado y cómo te gustaría hacerlo en adelante. Después puedes terminar con la oración final.

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