San Bartolomé, Apóstol. Siglo I.

El día que este santo se encontró con Jesús fue para toda su vida una fecha memorable. Para él la santidad se basa en dedicar la vida a amar a Dios, hacer conocer a Jesucristo, propagar su santa religión y en tener una constante caridad con los demás y tratar de hacer a todos el mayor bien posible.

Ventanas al infinito

Un Dios sin misterios no puede ser Dios. Necesariamente deberá presentar realidades —referentes al mundo, al hombre y a él mismo— que nos sobrepasen. El cristianismo está lleno de misterios: desde el origen del hombre que le da su dignidad, hasta la resurrección de Jesús y la nuestra con él, pasando por tantos otros. El cristiano vive tranquilo con los misterios, vive a gusto con ellos.

Y la razón última radica en el misterio mismo de Dios; Chesterton, en su obra Ortodoxia lo expresa con una imagen formidable:

«La única de todas las cosas creadas que no podemos mirar libremente —se refiere al sol— es al mismo tiempo aquella a cuya luz vemos todas las demás. Como el sol al mediodía, así el misterio de Dios ilumina todas las demás cosas con la claridad de su propia y triunfal invisibilidad. En cambio, el entendimiento que se apoya en sí mismo es comparable a la luz de la luna. Es una claridad sin calor, una luz secundaria, reflejo de un mundo muerto.»

Los misterios se expresan en dogmas, y, por eso, el hombre no puede mirar cara a cara al dogma, no puede penetrarlo con su razón. Sin embargo, sí lo afirma; es más, no sólo lo afirma, sino que lo toma como punto de partida para entender al mundo y entenderse a sí mismo. Continuando con la imagen de Chesterton, el sol del dogma lo tiene a sus espaldas, y su luz ilumina las cosas que el hombre contempla: el hombre se mueve acertadamente entre las cosas y en la vida gracias a cómo se las muestra cuando son iluminadas por la luz del misterio.

Los dogmas no son murallas que nos impiden ver, sino, muy al contrario, ventanas abiertas al infinito.

Por eso, ante el misterio, ante lo que no se capta con la razón, la actitud correcta del corazón cristiano será aquella que pasa de decir «“Yo no creo esto… ¡Demuéstramelo!” a decir: “Señor, no entiendo esto. Enséñame.”»

Hoy celebramos al apóstol san Bartolomé. Dice la tradición que predicó el evangelio en la India. Era amigo de Felipe. Cuando este le invitó a conocer a Jesús, al verle, le dijo: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Bartolomé le contestó: «¿De qué me conoces?» Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Bartolomé respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores. Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre» (Juan 1, 45-51). ¿No te parece un buen ejemplo de alguien que se deja iluminar por el misterio? ¡Qué error confundir lo absurdo y el misterio!: Dios es misterioso, pero no absurdo.

Enséñame, Señor, a confiar en ti. No tengo que entenderte completamente. O mejor, tengo que no entenderte, porque si cupieses en mi cabeza… no serías Dios. Creo, y te pido por los que no creen. Amo, y te pido por los que no aman. Espero, y te pido por los que no esperan. Gracias por haberme cuidado tanto, gracias por contarnos los misterios. ¡Qué cómodo vivo entre misterios, Señor! San Bartolomé, ruega por todos nosotros, y por todos los que niegan a Dios porque no aceptan la grandeza de su misterio.

Puedes seguir comentando con Jesús éstas u otras cosas tuyas.

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