Todos los Santos.

Celebramos a las personas que han llegado al cielo, conocidas y desconocidas. Algunos han sido canonizados y son por esto propuestos por la Iglesia como ejemplos de vida cristiana.

Todos los Santos… en la Tierra

Hoy celebramos la fiesta de Todos los Santos.

Poco antes de morir de cáncer a los 18 años, decía Montse Grases a su hermano: «Jorge, ¿te das cuenta? Feliz, feliz para siempre, recuérdalo, ¡para siempre! Os aseguro que desde el cielo os ayudaré mucho; no os dejaré nunca.»

También decía santa Teresita a quienes la acompañaban junto a la cama durante sus últimas horas: «Mi cielo lo pasaré en la tierra ayudándoos.»

Quienes llegan al cielo son almas que saben amar. Y si querían a los que conocían en la tierra, ahora quieren a muchos más, incluso a los que no conocían, porque todos son hijos de Dios. Además, ahora aman desde el cielo, contagiados y purificados por el mismo Amor. ¡Ahora aman mucho mejor! Es lógico que desde allí arriba traten de ayudarnos, de hacer todo lo posible —¡que es bastante!— por los que estamos en la tierra.

Por eso los cristianos, con mucha frecuencia, pedimos ayuda al santo que tiene nuestro nombre, al santo del día, a todos los santos… Ellos pueden insistir a Dios de nuestra parte. Son hermanos nuestros, están unidos a nosotros.

La Iglesia es la unión de todos los hombres con Dios. De todos: quienes están en el cielo, quienes están en el purgatorio y quienes todavía continuamos aquí en la tierra. En la Iglesia todos estamos unidos en Dios. Y el día de hoy nos unimos especialmente a todos los santos que gozan ya de Dios en el cielo.

«Mi cielo lo pasaré en la tierra ayudándoos.» Los santos nos ayudan para que también nosotros seamos santos. Conocemos hechos de la vida de algunos santos. Como quizá muchos de estos hechos sean algo extraordinario, hemos de estar alertas: sería un error unir la santidad a hechos extraordinario del tipo visiones, milagros, penitencias algo singulares… Hoy celebramos a muchos santos anónimos que pasaron desapercibidos. Podríamos decir que celebramos a tantos «san Usted», santos que pasaron por el mundo con una vida absolutamente normal. Quienes se cruzaban con ellos por la calle no notaban nada; eran, sin más, «Usted». Lo único extraordinario común a todos los santos es que amaban, con un amor quizá nada llamativo pero real.

Hoy celebramos la fiesta de Todos los Santos. Nos alegramos con ellos y con Dios. Al mismo tiempo recordamos que solo una cosa es importante en nuestra vida: que vivamos santamente las cosas de cada día.

Gracias, Dios mío, por escuchar a los santos que interceden por nosotros. Gracias, por el ejemplo que nos han dado con su vida. Gracias, porque no se desentienden de nosotros. Gracias, porque quieren ayudarnos y lo hacen. Acudiré a la intercesión de ellos con más frecuencia. Auméntame la devoción y el afecto hacia ellos, sobre todo a santa María y a mi santo. ¡Quiero ser santo, Señor!

Ahora puedes seguir hablando a Jesús y María con tus propias palabras, comentándole algo de lo que has leído. ¿Conoces la vida de tu santo? Después termina con la oración final.

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