San Lorenzo, Mártir. Siglo III.

De Jaca, fue nombrado diácono por el Papa Sixto II. El Emperador Valeriano publicó un edicto de persecución a los cristianos y arrestaron al Papa y a los diáconos. Al santo mandó que lo quemaran en unas parrillas ardiendo.

Los bienes

Está claro: aquí hay que elegir. Ir a la playa o al monte, seguir en la cama o levantarme, ver en la tele esto o lo otro, poner esta música o aquella… Deseamos lo mejor y estamos obligados a elegir. Pero hay una elección básica, anterior a todas las demás elecciones, la elección entre dos grandes grupos de bienes.

San Pablo elaboró una de las primeras clasificaciones de bienes (cfr. Romanos 8, 1-12); habla de los bienes carnales y de los bienes espirituales. También señala dos modelos de hombres: el hombre carnal y el hombre espiritual. Dependiendo del grupo de bienes que uno elija, el tipo de bien al que nos apuntemos, seremos un hombre u otro.

Es lógico: el hombre tiene cuerpo y espíritu, y los dos elementos actúan. Cada ser humano elige el elemento al que va a dar prioridad, cada uno dice: «yo daré más importancia a los bienes del cuerpo», o dice «yo pondré en primer lugar los bienes del espíritu». Ésta es la primera elección.

Muchos tienen una visión del hombre carnal y gustan mucho y sólo de las cosas carnales, esto es, aquellas cosas que se adhieren a los sentidos externos: comer, beber, dormir, gustar, descansar, etc. Al demonio le interesa esta visión del hombre y la fomenta con la tentación. Lo tiene fácil. Estos bienes son visibles y palpables, están al alcance de la mano; además no hace falta esforzarse ni ser muy listos para conseguirlos. Sin proponérselo, solamente con ponerse, el hombre se coloca en el grupo de los hombres carnales. Casi no hace falta ni ser tentado: el cuerpo nos tira él solito hacia el hombre carnal.

Descubrir los bienes espirituales, sin embargo, ya no es tan fácil. Hace falta proponérselo. No se ven ni se tocan los bienes espirituales. Exigen cierta comprensión y trabajo. Un bien carnal es evidente, no hay que explicarlo; en cambio, un bien espiritual hay que fomentarlo y no se disfruta inmediatamente: una buena copa es más fácil de disfrutar que un buen concierto de rock. Es curioso, pero a pesar de ser más importantes los bienes espirituales, los hombres nos quedamos enganchados con los bienes carnales.

Hay que elegir. El estilo de vida de cada uno depende de esta elección. Unos viven una vida más parecida a los seres animales, otros una vida más cercana a los seres espirituales. La primera es fácil y pobre como la de cualquier mamífero, la segunda es difícil y rica como la de tantos héroes.

Lo carnal es bueno, pero siempre y cuando no sea prioritario: si los bienes carnales son prioritarios no dejan que el espíritu viva, matan el espíritu. Los bienes espirituales son de mayor calidad: tienen valor en sí mismos, son difusivos tanto en extensión como en profundidad, dan una satisfacción que hace desear más. Por el contrario, los bienes carnales son bienes de baja calidad: producen satisfacción pero exclusiva, no se puede compartir con otros; además se gastan y acaban por aburrir. Paradoja de la vida: los bienes carnales se obtienen sin cansancio y acaban por cansar; los bienes espirituales se obtienen con cansancio pero nunca cansan.

Así, si en este mes te dedicas a comer te encontrarás pesado. Si te dedicas a beber perderás el equilibrio. Si te pones al sol te acabarás quemando. Si te dedicas a dormir te perderás el tiempo. ¡No seamos tontos! Aprovechemos las oportunidades que Dios nos da: la inteligencia para saber, la voluntad para luchar, el corazón para amar… Que deseemos saber más, disfrutar de lo bello, ir a por los bienes más altos. Esto no son rollos elevados para poetas o gentes raras: se trata del placer de charlar con alguien, del gustazo de leer un buen libro, del gozo de subir una montaña o de sumergirse por cuevas marinas, del buen rato de acompañar a alguien solo o que sufre, del gozo de estar con Dios…

Elige este mes dar prioridad al hombre espiritual. Como nos dice san Pablo: «Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo (Romanos 13, 13-14)».

Enséñame, Señor, a elegir los bienes que valen la pena. Así me revestiré del Señor Jesús. ¿Elijo bienes de baja calidad? ¿Sólo disfruto con bienes materiales, con placeres físicos o de alta carga química? ¿Doy prioridad al hombre espiritual? Madre, llévame de la mano, condúceme.

Qué bien si hablas ahora con Dios acerca de lo leído. Pregúntale si te ve más hombre carnal u hombre espiritual. Rectifica lo que veas, haz con él la elección, y confía en su ayuda. Seguro que se te ocurre algún propósito concreto. Puedes terminar con la oración final.

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