San Norberto, Obispo. Siglo XII.

De noble familia alemana, tuvo que elegir entre la vida militar y la eclesiástica, optando por esta última, aunque no por vocación. Una experiencia divina provocó su verdadera conversión. Fue un misionero itinerante fiel a la regla monástica de la pobreza.

Cuando el silencio es oscuridad

La joven Frida le dice a su abuela: «Lo que te pido es que no lo sepa Estela.»

Entonces, la abuela contesta con rapidez y a gritos: «¿Que no? En cuanto entre por esa puerta. ¡Pues buena soy yo para que anden con secretos al escondite! Así nací y así me quedo. ¿Ves que a otros niños los asustan con la oscuridad? Pues a mí me asustaban con el silencio. Y vete tú a saber si, en el fondo, no son la misma cosa.»

Sí: el silencio baja las persianas de nuestra alma, no entra la luz de la verdad… y va oscureciendo el alma. Qué bien nos iría a todos si reaccionásemos como esta abuela de la novela de Alejandro Casona, La barca sin pescador. Cuando se nos ocurra callar algo, jugar al escondite con la verdad, engañar, mentir… tenemos que responder: «¿Que no lo diga? Así nací y así me quedo. Lo diré enseguida.» Siempre sinceros.

Del Corazón de Jesús nunca salió una mentira. Es más, llamaba a Satanás el padre de la mentira. Lo que quiere decir que cuando mentimos, Satanás y nosotros hemos trabajado juntos para crear esa falsedad. La mentira nos deja solos. La mentira es como una gran tijera que corta lo que nos une a los demás y a Dios, y nos deja solos con lo que nosotros inventamos. Lo primero que cortan esas grandes tijeras es el cable de la luz, la luz de la verdad. Si la verdad no ilumina, nos quedamos a oscuras. Solos y a oscuras. Sí. Como vive Satanás.

No permitas, Señor, que por esta boca que tocas tú cada vez que comulgo, por esta boca por la que salen palabras para ti cada vez que hablamos, no permitas que la use para mentir. Te amaré con mi boca, Jesús, empleándola para decir la verdad, aunque me cueste. Dame un corazón como el tuyo, porque tú nos dijiste que del corazón salen las malas palabras, los engaños y mentiras.

Ahora te toca a ti hablar a Dios con tus palabras, comentándole lo leído o lo que quieras. Termina, después, con la oración final.

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