San Estanislao de Cracovia, Obispo y Mártir. Siglo XI.
Se lo recuerda por reprender a su soberano, Boleslao II de Polonia, sobre el deber de respetar lo derechos ajenos. Parece que éste lo mató en la iglesia de Santa Matilde.
Policarpo, >
Conservamos las actas del martirio del entonces anciano san Policarpo. Dicen así: «Venido en presencia del procónsul, le preguntó éste si era él Policarpo. Respondiendo el mártir afirmativamente, trataba el procónsul de persuadirle a renegar de la fe, diciéndole:
»—Ten consideración de tu avanzada edad, y otras cosas por el estilo según es costumbre suya decir, como: “Jura por el genio del César. Cambia de modo de pensar, grita: ¡Mueran los ateos!” [como sabes, a los primeros cristianos les acusaban de ateos porque no reconocían la divinidad del emperador].
»A estas palabras, Policarpo, mirando con grave rostro a toda la chusma de paganos sin ley que llenaban el estadio, tendiendo hacia ellos la mano, dando un suspiro y alzando sus ojos al cielo, dijo:
»—Sí, ¡mueran los ateos!
»—Jura y te pongo en libertad. Maldice a Cristo.
»—Entonces Policarpo dijo:
»—Ochenta y seis años hace que le sirvo y ningún daño he recibido de él. ¿Cómo puedo maldecir de mi Rey, que me ha salvado?
»Como nuevamente insistiera el procónsul, diciéndole:
»—Jura por el genio del César.
»Respondió Policarpo:
»—Si tienes por punto de honor hacerme jurar por el genio, como tú dices, del César, y finges ignorar quién soy yo, óyelo con toda claridad: Yo soy cristiano. Y si tienes interés en saber en qué consiste el cristianismo, dame un día de tregua y escúchame.
»Respondió el procónsul:
»—Convence al pueblo
»Y Policarpo dijo:
»—A ti te considero digno de escuchar la explicación, pues nosotros profesamos una doctrina que nos manda tributar el honor debido a los magistrados y autoridades que están por Dios establecidas, mientras ello no vaya en detrimento de nuestra conciencia; mas a ese populacho no le considero digno de oír mi defensa.
»Dijo el procónsul:
»—Tengo fieras a las que te voy a arrojar si no cambias de parecer.
»Respondió Policarpo:
»—Puedes traerlas, pues un cambio de sentir de lo bueno a lo malo nosotros no podemos admitirlo. Lo razonable es cambiar de lo malo a lo justo.
»Volvió a insistirle:
»—Te haré consumir por el fuego, ya que menosprecias a las fieras, como no mudes de opinión.
»Y Policarpo dijo:
»—Me amenazas con un fuego que arde por un momento y al poco rato se apaga. Bien se ve que desconoces el fuego del juicio venidero y del eterno suplicio que está reservado a los impíos. Mas, en fin, ¿a qué tardas? Trae lo que quieras.»
Los bautizados sufrimos una transformación. Cada bautizado deja de ser sólo él mismo. Pasamos a ser «yo pero ya no yo». Somos yo con Cristo, pero de un modo real, no sólo afectivamente. «Yo pero ya no yo», porque Jesucristo ha resucitado y vive, y vive en mí. Así se entiende que los primeros cristianos, en los juicios, dijesen que su nombre es «cristiano»; como quien dice: yo soy Policarpo, pero no sólo Policarpo. Me define mejor el nombre de «Cristiano» que el de «Policarpo». ¡Con qué orgullo —buen orgullo— decimos que somos cristianos!
Esto también explica que fuesen capaces de lo que hacían: porque Cristo actuaba en ellos con ellos mismos. Dejaban que la fuerza de Cristo obrase en ellos, y así hacían lo que hacían. También los cristianos de ahora estamos llamados a que la fuerza de Cristo actúe en nosotros. Por eso pensamos que nada que nos pida Dios es imposible para nosotros: si fuese yo solo, sería imposible; pero siendo «yo pero ya no yo» me resulta posible todo lo que es posible para Cristo.
¡Qué importante, por eso, vivir cerca de Cristo, manteniendo relación con él! ¡Qué importante vivir en gracia de Dios, con el deseo de recibir cada día más gracia suya!
Nos ha llegado la oración que Policarpo dijo en su último momento. Con las manos atrás y atado como un carnero, levantando los ojos al cielo, dirigió a Dios estas palabras que podemos rezar ahora:
«Señor Dios Omnipotente: Padre de tu amado y bendecido siervo Jesucristo, por quien hemos recibido el conocimiento de ti. Dios de los ángeles y las potestades, de toda la creación y de todos los justos que viven en tu presencia: Yo te bendigo porque me tuviste por digno de esta hora, a fin de tomar parte en el cáliz de Cristo, contado entre tus mártires. Para resurrección de eterna vida, en alma y cuerpo, en la incorporación del Espíritu Santo: que yo sea recibido con ellos hoy en tu presencia, en sacrificio grande y aceptable, tal como de antemano me lo preparaste, y me lo revelaste y ahora lo has cumplido, Tú, el infalible y verdadero Dios. Por lo tanto, yo te alabo por todas las cosas, te bendigo y te glorifico por mediación del eterno y celeste Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu siervo amado, por el cual sea dada la gloria a Ti con el Espíritu Santo, ahora y en los siglos por venir. Amén.»
Puedes ahora seguir hablándole, y pedirle que todos seamos hoy como los primeros cristianos…
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