Santa Oportuna, Abadesa. Siglos VIII-IX.
Fue hermana del santo Crodegan, obispo de Sées. En el convento destacó por su bondad y fervor. Realizó dos milagros poco después de ser nombrada abadesa.
Gustar a Dios
El otro día me lo volvía a decir un chico, hablándome de una amiga: «Sé que le gusto, porque me lo han dicho mis amigos, pero…» Nunca me ha convencido esa expresión: me gusta fulanito o le gusto a fulanito. Pero puede servirnos. La vida del cristiano tiene un motor: querer agradar a Jesucristo, ser de tal manera que le guste, que cuando él me mire encuentre en mí eso que le produce contento.
Hay una poesía de Pedro Salinas a su novia Margarita que empieza así:
Se te está viendo la otra.
Se parece a ti:
los pasos, el mismo ceño,
los mismos tacones altos (…)
Cuando vayáis por la calle
juntas, las dos,
¡qué difícil el saber
quién eres, quién no eres tú!
Tan iguales ya, que sea
imposible vivir más
así, siendo tan iguales.
Y como tú eres la frágil,
la apenas siendo, tiernísima,
tú tienes que ser la muerta.
Tú dejarás que te mate,
que siga viviendo ella,
embustera, falsa tú,
pero tan igual a ti
que nadie se acordará
sino yo de lo que eras.
Se trata de una poesía en la que el poeta se lamenta de que en su novia haya dos personas: por una parte la que ella es, y por otra la que tiene que ser, a la que él quiere, tierna, frágil, buena… Pero en ella también hay otra persona que es más falsa, embustera, que está echando a perder lo grande que tiene, su bondad, es alguien que se está dejando llevar por cosas negativas que la alejan de quien podría ser.
¿No nos ocurre lo mismo a todos? Que la vida nos va llevando por unos caminos que nos hacen malos, que la soberbia, o la pereza, o la presión del ambiente influyen tanto en nosotros que nos cambian. Sabemos que tendríamos que trabajar, pero nos estamos haciendo perezosos o caprichosos, sabemos que podríamos ser alegres, pero nos dejamos dominar por el mal humor y nos hacemos antipáticos, sabemos que podríamos ser limpios y generosos pero la pasión nos tira a ser sucios o egoístas y nos dejamos dominar por el ir a nuestro rollo…
La poesía termina con estas palabras:
Y vendrá un día
—porque vendrá, sí, vendrá—
en que al mirarme a los ojos
tú veas
que pienso en ella y la quiero:
tú veas que no eres tú.
Esta poesía de amor es la que Jesucristo nos puede decir a cualquiera de nosotros cuando vivimos de tal manera que nos vamos estropeando. Cuando le miramos… vemos que no somos el que él desea ver, que estamos siendo otro y no el que él querría ver. Quien ama sufre viendo que se estropea su amado.
El cristiano no está todo el día examinándose y lamentándose porque querría ser mejor. Lo que nos mueve a los cristianos es ser de tal manera que le guste cada día más a Jesús. No me examino para tener más virtudes, o para ser más perfecto, sino para que este Jesús que tanto me quiere reciba de mí lo que él merece: para gustar a Jesús.
Jesús, que cuando me mires y yo te mire —es lo que hago ahora y cada vez que hago oración— me duela lo que a ti te duele encontrar en mí. Gracias por amarme, y que cada día te guste más. Que no veas en mí al otro, al embustero y falso yo.
Ahora te toca a ti hablar a Dios con tus palabras, comentándole que quieres gustarle…
Ver todos Ver enero 2022